El Mercurio, 23 de junio de 2017
Opinión

Europa vota

David Gallagher.

El éxito relativo de Corbyn no marcó un vuelco a una izquierda populista. Ocurrió más por castigo a la Primer Ministro, Theresa May…

¿Qué lecciones nos dejan las recientes elecciones en Gran Bretaña y Francia? Los dos países son distintos y las tendencias que exhibe uno pueden a primera vista contradecir las del otro.

Veamos.

Desde Francia las principales lecciones son dos. La primera, que cuando los partidos tradicionales se desprestigian, pueden ser reemplazados por partidos nuevos, conducidos por políticos no contaminados por las malas prácticas del pasado, aun cuando tengan ideas similares a las de sus antecesores. Ha sido notable en ese sentido el triunfo en las parlamentarias de République en Marche, el nuevísimo partido de Macron, con candidatos que en muchos casos no habían nunca participado en política. En España, Ciudadanos y Podemos, y en Chile Ciudadanos, Frente Amplio y Evópoli, aspiran a ejercer la misma función reemplazante, con resultados hasta ahora menos espectaculares.

La segunda lección de Francia: el derrumbe de los populismos de extrema derecha e izquierda. El Frente Nacional de Marine Le Pen obtuvo solo 8 de los 577 escaños de la Asamblea, y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon solo 17. ¿A qué se debe este colapso? A que le está yendo mucho mejor a Francia, como a casi toda Europa. Ha ido desapareciendo esa sensación de crisis permanente que se había instalado hacia 2010, y que les permitió a los populistas denostar a todo experto o tecnócrata, alegando que la «realidad» que estos evocaban como limitante en política era un engaño para disfrazar inconfesables intereses propios. La gente se ha ido dando cuenta que si bien los expertos se pueden equivocar, saben más que los populistas pos-racionales. El triunfo de Macron es el triunfo de un centro racional cuyo simple fin es manejar el país con pragmatismo y eficacia.

¿Y las elecciones británicas? A primera vista contradicen a las francesas. Los dos grandes partidos, lejos de ser sustituidos, acapararon el 82 por ciento de los votos; y mientras que en Francia el Partido Socialista se quedó con solo 30 escaños, al Partido Laborista británico le fue muy bien, con 40 por ciento de los votos, a pesar de ser liderado por un populista de extrema izquierda como Jeremy Corbyn.

Pero a veces en política el diablo está en los detalles. El éxito relativo de Corbyn no marcó un vuelco a una izquierda populista. Ocurrió más por castigo a la Primer Ministro, Theresa May. Muchos detalles de su campaña irritaron a los británicos.

Primero, haber convocado una elección innecesaria, con el objetivo de aprovechar los 20 puntos de ventaja que tenía en las encuestas para hundir a los laboristas de una vez. Este arrebato oportunista provocó rabia. Peor aún, el programa de May fue un inventario de lo que no tiene que proponer la centroderecha en una elección. Amenazó con quitarles subsidios a los jubilados, y a la vez con imponer topes a las tarifas eléctricas, y a los sueldos de los ejecutivos. También con obligar a las empresas a tener a trabajadores en sus directorios. May revirtió la lógica exitosa de su antecesor David Cameron, de combinar políticas pro empresa y pro crecimiento con gasto social eficiente.

Hay más. Hermética y desconfiada, May gobernaba bajo la influencia de dos jóvenes, Nick Timothy y Fiona Hill, quienes decidían todo, a espaldas de los ministros. A nadie le gusta que la mande gente por quien nadie votó. Y la campaña, diseñada por estos dos jóvenes, se centró en un culto a la personalidad de May. Al verla tanto, los votantes descubrieron que si bien tenía la ambición, no tenía la capacidad para la compleja tarea de gobernar un país.

Una última lección británica. En 7 semanas, una ventaja de 20 puntos se redujo a casi cero. Moraleja: no ser complacientes los que añoramos un regreso a la racionalidad con Piñera.