El Mercurio, 5/3/2010
Opinión

Fair play

Lucas Sierra I..

Imagine esto: usted es espectador de un juego en que los jugadores se disputan, todos contra todos, una pelota. Cada jugador tiene un dueño. Hay un árbitro y jueces de línea en cuya designación el árbitro tiene gran influencia. Cada uno fiscaliza determinadas reglas del juego. Es un juego relativamente competitivo, aunque el porte de la cancha admite un número limitado de jugadores.

Imagine ahora que, súbitamente, el dueño de un jugador, se convierte también en el árbitro. Pasa a tener, por tanto, un peso importante en la designación de los jueces de línea. Y no sólo eso, también pasa a tener peso en la designación del entrenador y dueño de otro jugador muy relevante.

Pero la cosa no termina aquí. Resulta que las reglas del juego están reformándose. Un avance genético ha permitido que entren más jugadores a la cancha, y que éstos puedan hacer jugadas hasta ahora desconocidas. ¿Y? Bueno, resulta que el árbitro es, también, el actor principal de esa reforma. Y para seguir abusando de su capacidad de imaginación, un último dato: el árbitro pasó a tener cierta influencia en el dueño de un tercer jugador que, temporalmente, está en la banca.

¿Qué le parece ahora el juego que está viendo? ¿Será un escenario adecuado para un buen espectáculo y para una correcta competencia?

Es probable que ahora usted deambule por las graderías algo inquieto. El nuevo árbitro ha dicho que va a nombrarle por mientras a su jugador un entrenador de confianza. Pero usted no se tranquiliza, pues, a fin de cuentas, el árbitro sigue siendo el dueño del jugador y, para colmo, se ha reservado la facultad de remover al entrenador cuando lo estime conveniente. Y usted sabe que, con o sin entrenador sustituto, el árbitro seguirá teniendo influencia en los jueces de línea, en otro importante jugador, en la definición de las reglas del juego y en un tercer jugador que por ahora está en la banca.

¿Ficción? En absoluto. Este es, ni más ni menos, el juego de la televisión abierta hoy en Chile. El dueño de Chilevisión ha sido elegido Presidente de la República. Ha nombrado al Ministro de Transporte y Telecomunicaciones y al Subsecretario de Telecomunicaciones. De su exclusiva confianza, ambos funcionarios regulan y fiscalizan las redes de televisión. Como Presidente, también designa directamente al presidente del Consejo Nacional de Televisión, y tiene peso en la designación de sus miembros. Este Consejo regula y fiscaliza los contenidos de la televisión. Lo mismo con el Directorio de TVN: designa directamente a su presidente y tiene influencia en la designación de los demás.

Por su parte, el nuevo marco regulatorio de la televisión abierta -las reglas del juego-, se está discutiendo en el Congreso para la era digital. Este cambio tecnológico permite el ingreso de nuevos canales, y nuevas alternativas de negocios para los que existen y para los que entren. Los dos proyectos de ley que buscan materializar este cambio son de iniciativa presidencial.

Parece racional pensar que Chilevisión no quiera nuevos competidores, como no los querría cualquier incumbente. ¿Podrá despejarse esta sombra si el Presidente, al tiempo que negocia la legislación en el Congreso, mantiene intereses en el canal? ¿Cómo evitar la sospecha por la posibilidad que tras su negociación legislativa se esconda el deseo, consciente o inconsciente, de beneficiarlo?

Y el último dato. Varias concesiones de Chilevisión son propiedad de la Universidad de Chile. Chilevisión las opera en virtud de un contrato de usufructo. Algún día esa operación puede volver a la Universidad, hoy en la banca del juego televisivo. Pero adivine quién es el “patrono” de la Universidad de Chile: el Presidente de la República. Al menos simbólicamente, el Presidente está sentado a ambos lados del contrato.

Si el Presidente mantiene algún vínculo con Chilevisión, directo o indirecto, el juego de la televisión chilena es un espectáculo impresentable. Esto, pues la promiscuidad que se instala en la cancha es la negación institucional del fair play.