Uno se pregunta: ¿querrán los argentinos ser dueños de las Malvinas? ¿No es más cómodo ser víctimas del «despojo» de una potencia extranjera?
Pasamos con mi familia un grato fin de Semana Santa en Buenos Aires, felices por estar allí, ajenos a las complejas guerras que actualmente se libran o conmemoran en ese país.
Entre las que se libran, está la guerra de nervios contra el Uruguay, por las papeleras que los uruguayos construyen en Fray Bentos. Como lo explicó en Chile esta semana Tabaré Vázquez, Uruguay, como país chico, no puede hacer nada para desbloquear los puentes y caminos tomados por los apasionados «asambleístas» argentinos.
Después está la guerra interna que le declaró el Dr. Kirchner a la inflación. El comandante a cargo es Guillermo Moreno, el Secretario de Comercio Interior. Es tan fiel a Kirchner, que le dicen «Lassie». Sus armas de combate son varias. Intervino el Indec, por no gustarle el IPC que éste calculaba. Prohibió por un tiempo la exportación de carne. Y todos los días presiona con sus «sugerencias» de precios a los vendedores de los ítems claves en la canasta del IPC. Ellos le obedecen, para no ser sometidos a investigaciones tributarias o a ataques de piqueteros, pero cada vez más sacan productos paralelos a precio de mercado.
Otra guerra, la que se conmemoraba, era la de las Malvinas: era su 25º aniversario. Durante unas semanas, la gente corría exaltada por las calles de Buenos Aires y de Lon-dres. Después de la derrota, los argentinos entraron en un estado de negación. No querían ni acordarse de la guerra. A los combatientes que volvían a casa, los ignoraban. Muchos se suicidaron.
¿Quién sabe si las Malvinas serían hoy argentinas, si no las hubiera invadido Galtieri en abril de 1982? Unos seis años antes, cuando yo trabajaba en un banco de inversión inglés, se me acercaron unos connotados empresarios argentinos con una idea brillante: comprar vía OPA un «holding» industrial que tenía entre sus activos la Falkland Islands Company, dueña de la mitad de la superficie y del 80 por ciento del producto de las islas. Visitamos al Foreign Office para conseguir su visto bueno, y les pareció genial que las islas pasaran a ser gestionadas por empresarios argentinos. Así, los isleños aprenderían a cooperar con Argentina, y Gran Bretaña se liberaría de un terrible dolor de cabeza.
Nuestros planes fueron filtrados. El gobierno de Jim Callaghan tenía una mayoría ínfima en el parlamento. Cualquier grupo minoritario lo podía tumbar. Se juntaron unos pocos parlamentarios de extrema izquierda y de extrema derecha, los unos opuestos al «fascismo militar» argentino y los otros a que gente de sangre afín fuera «entregada» a extranjeros. De allí, bastó una llamada del Banco de Inglaterra para sugerirnos que la OPA podría ser prohibida, vía control de cambios.
La experiencia me demostró que las Malvinas eran de bajísima prioridad en Gran Bretaña, y que el problema de la soberanía era solucionable. La invasión hizo que se volviera imposible encontrar una solución, si es que eso era o es un objetivo argentino. Porque uno se pregunta: ¿querrán los argentinos ser dueños de las Malvinas? ¿No es más cómodo ser víctimas del «despojo» de una potencia extranjera?
¿Cuándo decidió Galtieri invadir las islas? Una pista. Hasta enero de 1982, el canciller Costa Méndez, educado en Eton y miembro de una sociedad de admiradores del Dr. Johnson, negociaba becas para argentinos con Oxford, pero en febrero se cortó toda comunicación. ¿Por qué invadió Galtieri? Argentina sufría una crisis profunda, y la invasión fue, sin duda, un acto de distracción política. Cabe acotar, sin embargo, que si la guerra le sirvió políticamente a algún gobierno, fue al de Margaret Thatcher.