Más de una vez he elogiado al Presidente por lo que me parece ser un gran mérito político: haberle dado un giro copernicano a la derecha chilena y a las expectativas de los ciudadanos en cuanto a lo que significa un gobierno de ese signo. Piñera ha logrado que se instale en Chile una centroderecha de gusto universal, que cualquier ciudadano puede apoyar.
Donde curiosamente ha sido menos exitoso es en su relación con los partidos políticos, sean de la Concertación o de la Coalición por el Cambio, o Alianza (¡qué terrible que esa coalición todavía no tenga un nombre claro!). Políticos de la Alianza (llamémosla así) se quejan de que se sienten de alguna manera excluidos de las decisiones del Gobierno. Por otro lado, la Concertación, a pesar de haber perdido su norte programático, ha mostrado estar sorprendentemente unida en torno a la idea de oponerse al Gobierno en casi todo.
Me pregunto si el problema no está en una cierta tendencia al inmediatismo de parte del Ejecutivo. En vez de explicarles a los partidos su programa de largo plazo e invitarlos a compartir el desafío de implementarlo para el bien del país, el Gobierno trata a veces de buscar pequeñas mayorías coyunturales en torno a proyectos puntuales. Eso irrita a la Concertación, que cree ver a un gobierno más interesado en dividirla que en convencerla, y que por tanto sigue lo que es el instinto natural de cualquier cuerpo cuya entereza es amenazada: el de cerrar filas. Por su lado, la Alianza, llamada a hacer concesiones para ganar unos cuantos votos, no se siente parte de un verdadero proyecto de largo plazo, y por eso pierde motivación.
Con su popularidad ya asentada, gracias a una magnífica gestión de temas inmediatos, el Gobierno no tiene por qué no comenzar a atender a algunos de los problemas más profundos del país, llamando tanto a la Alianza como a la Concertación a ayudarle en la tarea. La Alianza así recobraría el entusiasmo de estar participando en un gran proyecto. Y la Concertación se vería obligada a responder constructivamente, o a pagar el costo de estar bloqueando medidas que el país claramente necesita.
El presupuesto debería ser la primera prueba de una actitud más inclusiva y participativa del Gobierno. De allí, éste puede pasar a proponerles a las coaliciones algunas de las grandes reformas pendientes: en educación, en el mercado laboral, y en general en todo lo que atañe a la productividad. Cuando estamos creciendo a toda velocidad, es muy fácil olvidarnos de lo necesarias que son estas reformas. Pero ese grato crecimiento es muy vulnerable, porque lo acompaña un cóctel tóxico: no se puede tener a la vez una moneda fuertemente apreciada, un mercado laboral rígido, e insumos básicos estructuralmente caros. Entre estos últimos sobresale el caso de la energía, cuya oferta ha sido artificialmente reprimida, por falta de liderazgo, durante los últimos cinco años.
Cuesta creer que no haya piso en la política chilena para medidas que consoliden nuestra actual tasa de crecimiento con estructuras más sólidas, ya que actualmente el verdadero motor de nuestra economía, como el de la mayoría de los países de América Latina, no es nuestro propio esfuerzo, sino el de los chinos, que tienen en las nubes los precios de los commodities.
Un conjunto de medidas profundas bien explicadas podría reencantar a la Alianza, desafiar y eventualmente estimular a la Concertación, e inspirar a la ciudadanía, que este año ha mostrado un temple que indica que no teme que le cuenten la firme. El momento para proponerlas llegará muy pronto, cuando los mineros ya estén en la superficie, y el capital político del Gobierno esté en su apogeo.