Una premisa central de los ideólogos de la campaña de Frei parece ser que, tras la crisis internacional, la economía de mercado está en retirada en todas partes, y que en consecuencia hay una demanda generalizada por más Estado, y por más poder para los sindicatos. Las políticas “neoliberales” de la “derecha” estarían desacreditadas: el mismo Sarkozy las estaría criticando. De allí la necesidad de izquierdizar a Frei, de convertirlo en la antípoda de lo que fue cuando gobernó.
Desgraciadamente para estos ideólogos, el vuelco a la “izquierda” que ellos perciben no existe. Cualquiera que viaja a Estados Unidos o Europa o Asia se da cuenta que no hay un cambio de actitud frente a la economía de mercado, sino más bien alivio de que la crisis no fue larga. En los principales países de Europa son los partidos socialistas y socialdemócratas los que están decaídos y desmembrados. En Alemania, sufrieron una devastadora derrota, en elecciones cuyo principal ganador fue el FDP, el partido más pro mercado de todos. En Gran Bretaña, los conservadores lideran de lejos en las encuestas. En Estados Unidos, Obama, muy razonablemente, procura extender la cobertura médica a quienes no la tienen, pero nadie podría imaginarlo clamando por más Estado y más poder para los sindicatos.
Es cierto que un Sarkozy o una Merkel se han dado de vez en cuando el irresistible gusto de criticar el “capitalismo anglosajón”, pero los ideólogos de Frei no deberían confundir arrebatos retóricos con medidas reales. Tanto Francia como Alemania intentan hacer reformas “anglosajonas”: flexibilizar el mercado laboral y reducir el poder de grupos corporativos.
Siempre se puede postular la existencia de “fundamentalistas del mercado” que creen que no deberían existir regulaciones de ningún tipo, y de allí disparar contra ellos. Pero ese blanco fácil tiene el inconveniente de no existir en la política real. Los que sí tal vez existan son socialistas que se volcaron al mercado con la fe del converso, sin entender sus limitaciones, sin aplicarle el sano escepticismo propio del liberal o del conservador, y que ahora sienten culpa y rabia por sus propios excesos, y para expiarse, corren al otro extremo. Allá ellos. Pero es una pena que hayan manipulado tanto a Frei, un hombre bueno que hizo un gobierno razonable, y que no se merece el chip izquierdizante y rencoroso que le han colocado.
Gracias a que ellos mismos abrazaron la economía de mercado, los socialistas en todo el mundo, incluido Chile, pudieron gobernar con éxito por muchos años. Al hacerlo mostraron que las buenas ideas son comunes a todos: la economía de mercado no es propiedad ni de la derecha ni de la izquierda. Asimismo los conservadores y liberales demuestran hoy día que las políticas sociales tampoco tienen dueños exclusivos: en todo el mundo, la centroderecha las aplica cuando accede al gobierno, con la ventaja de que lo hace sin los complejos ideológicos que, por lo menos en Chile, condujeron a que la izquierda a veces administrara la economía de mercado a regañadientes, con costos para la sociedad, provenientes de su ambigüedad y desgano.v Un gobierno de centroderecha, como sería el de Piñera, no sólo aplicaría políticas sociales sin complejos: lo haría desde un Estado eficiente, con vocación de servicio público, demostrando que el Estado es para servir a todos los ciudadanos, y no para ser el feudo de los operadores políticos que lo capturen. Los gobiernos de centroderecha que logren forjar estados de esa calaña tendrán una vida larga. Es lo que tiene desesperados a los socialistas en Europa.