La Tercera, 22 de agosto de 2016
Opinión

Igualitarismo versus suficientarismo

Sylvia Eyzaguirre T..

Es común escuchar en el debate público hoy la defensa del igualitarismo como criterio ético que debiera guiar las políticas públicas…

Es común escuchar en el debate público hoy la defensa del igualitarismo como criterio ético que debiera guiar las políticas públicas, especialmente cuando se trata de derechos sociales, en contraposición con el suficientarismo, que busca concentrar la ayuda del Estado en quienes tienen menos recursos. Llama la atención con la soberbia que se descalifican unos a otros y se arrogan la verdad, cuando un examen somero sobre estas posiciones arroja claras debilidades en ambas posturas.

¿Qué es el igualitarismo? Es un intento de respuesta a la pregunta ¿cómo deberían distribuirse los bienes materiales en una sociedad para que dicha sociedad sea justa? El igualitarismo es una reacción frente a la desigualdad e intenta modificar dicha situación para hacerla más justa. Así, el igualitarismo nos entrega un criterio de justicia.

¿Qué es la justicia? Aquí no estamos preguntando por la justicia procedimental, a saber, actuar de acuerdo a una serie de reglas que hemos acordado, sino a ese sentido de justicia que nos advierte de la rectitud o no de nuestros actos. Sin pretender definir «justicia», podemos decir que en el concepto de justicia está presente la idea de orden, de armonía. Hay un orden que cuidar y las acciones justas son aquellas que cuidan o restablecen ese orden, mientras que las injustas son las que rompen ese orden. El igualitarismo busca un orden en la distribución de los bienes materiales y, a saber, ese orden está regido por la idea de igualdad. La igualdad, en determinados ámbitos, sería un bien.

Así, la idea de justicia supone también la idea de «bien» y, en el caso del igualitarismo, la igualdad sería el bien a resguardar. Aquí es donde nos encontramos con el gran dilema de la ética, su fundamento. ¿Cómo se legitima la igualdad como principio ético? El problema que tiene toda ética, que no se funda en Dios, es precisamente cómo se legitima a partir de la razón. Si por medio de la razón no podemos conocer con certeza absoluta principios éticos universales o juzgar actos individuales en su calidad ética, ¿cómo se legitima entonces una ética? El peligro que enfrentamos en este vacío de legitimidad es la caída en el relativismo moral, que molesta a cualquier persona que ve la necesidad de proteger valores que le resultan fundamentales. Pensadores importantes se han hecho cargo de este asunto, como por ejemplo Habermas y Rawls, reconociendo esta precaria situación (pues no por negarla deja de existir) e intentando desde la precariedad fundar una ética, pues a pesar de que no tengamos verdades absolutas en ética, ello no nos libera de la necesidad de fundar una ética colectiva, que proteja nuestra vida en comunidad.

El igualitarismo, al igual que suficientarismo, parte de la base de que todos los humanos somos en esencia iguales. ¿Qué significa aquí esencia?, pues es evidente que somos desiguales en prácticamente todos los aspectos. En cuanto seres humanos somos iguales. El ser humano es un animal racional y libre. La libertad nos permite elegir y la razón nos permite discernir. Razón y libertad son condición de posibilidad para la responsabilidad y la autonomía, aspectos constitutivos de la moralidad. Aquí radica en parte la dignidad del ser humano.

El igualitarismo estricto postula que los bienes materiales deben ser distribuidos de forma igualitaria entre todos los miembros, independientemente de las circunstancias. Ello se funda en la creencia de que la igualdad material es necesaria para sustentar el reconocimiento recíproco.

Esta postura tiene varios problemas. Uno de ellos tiene que ver con el énfasis en lo material, otro con el hecho de no reconocer que algunas personas requieren de más recursos que otros para alcanzar un nivel de bienestar, como por ejemplo las personas que tienen alguna discapacidad. Pero tal vez lo más grave tiene que ver con la concepción de ser humano que supone este criterio de justicia. El igualitarismo estricto recompensa igual a la hormiga que a la cigarra. El trabajador y el flojo merecen exactamente los mismos bienes materiales, independientemente de su esfuerzo.

Sin duda es problemático decidir hasta qué punto nuestros méritos son debido a nuestro esfuerzo o voluntad y no a rasgos hereditarios que poco o nada dependen de nosotros. Pero si negamos este espacio de libertad, que hace posible la responsabilidad de nuestros propios actos, entonces ¿qué tipo de ser humano estamos comprendiendo? Si todos nuestros actos no son sino fruto de características heredadas, donde no cabe decisión, si nuestros actos están determinados ex ante y no responden a una deliberación, entonces ¿dónde radica nuestra dignidad? Esta comprensión del ser humano que supone el igualitarismo estricto le niega precisamente aquellos rasgos que nos distinguen de los animales, a saber, razón y libertad, y donde se funda en parte importante nuestra dignidad.

El suficientarismo, en oposición al igualitarismo, no considera que la igualdad material sea relevante desde el punto de vista moral. La desigualdad no atentaría contra la dignidad de las personas, lo moralmente relevante es que todos tengan lo suficiente para poder actuar de forma libre y no poner en peligro la dignidad. A diferencia del igualitarismo estricto, el suficientarismo sí cree en la responsabilidad de nuestros actos. Aquí la concepción del ser humano es radicalmente distinta a la del igualitarismo estricto, pues reconoce un ámbito de libertad y responsabilidad en los actos humanos, que debe estar considerada en la distribución de los bienes.

Uno de los problemas del suficientarismo es que desigualdades excesivas, aun cuando nadie esté bajo un nivel insuficiente, pueden hacer que sea imposible la movilidad social o asegurar en términos concretos la igualdad ante la ley. Este criterio de justicia podría perfectamente convivir en la práctica con un sistema de castas, donde la distribución del poder es desigual y el acceso a él está previamente determinado por la cuna. A ello se suma la dificultad que conlleva la escasez de recursos, ¿qué ocurre cuando los recursos no alcanzan para que todos estén por sobre la línea de la suficiencia: dejamos a todos bajo la línea de la suficiencia pero con igual cantidad de recursos o tratamos de dejar al mayor número de personas arriba de la línea de la suficiencia aceptando que un número importante quedará bajo esa línea y en peores condiciones que si repartiéramos los bienes de forma igualitaria entre todos? ¿Cuál es ese límite de la suficiencia?, ¿es absoluto o relativo?, etc.

La igualdad de la suerte o de la fortuna es una corriente que se encuentra entre el suficientarismo y el igualitarismo estricto. A diferencia de los suficientaristas y en concordancia con los igualitaristas, quienes proponen la igualdad de la suerte creen que la desigualdad arbitraria es en sí misma injusta y debe ser corregida. Ahora bien, a diferencia de los igualitaristas y en coincidencia con los suficientaristas, creen que ciertas desigualdades son legítimas, a saber, las que se derivan del mérito, del esfuerzo. Los igualitaristas de la suerte conciben al hombre como un ser libre, racional, capaz de elegir y lo hacen responsable de sus actos, aceptando las desigualdades que se generan a partir de las decisiones que toman las personas, en este hecho se reconoce la dignidad de la persona, su autonomía, su responsabilidad. Sin embargo, asumen que no todas las diferencias materiales entre las personas son producto del mérito, del esfuerzo, es decir, en último término de la voluntad de los individuos, sino del azar.

Esta postura no está exenta de dificultades. Ella falla en algo básico: que sus principios expresen igual consideración y respeto por todos los ciudadanos. Por una parte, no asegura condiciones mínimas de vida a las personas, cuando producto de malas decisiones pierden todos sus bienes materiales, y al considerar que ciertas condiciones personales deben ser compensadas, porque son consideradas parte de la mala suerte, como por ejemplo ser inválido o poco talentoso, implícitamente supone una valoración desigual de las personas. Además, existe un problema práctico, ¿cómo podemos distinguir qué consecuencias se deben a la suerte y cuáles al mérito? Tiger Wood decía: «mientras más entreno, más suerte tengo.»

En las distintas vertientes del igualitarismo y el suficientarismo hay una comprensión del hombre distinta. Las corrientes más paternalistas restan dignidad al hombre, en la medida que lo comprenden como un ser menos autónomo, menos libre, menos responsable. Aquellas posturas menos paternalistas suponen un ser más libre y responsable, pero suelen bajar el perfil del rol que cumplen los bienes materiales en nuestras relaciones de reciprocidad. Con todo, las tres corrientes aquí revisadas no ignoran que la libertad del hombre depende, hasta un punto, de sus condiciones materiales y la dificultad mayor es cómo fijar ese punto.

La conclusión más obvia es que no es en absoluto evidente qué es justo y qué no lo es. Y esto no es poco, pues en el debate público hoy se habla desde un lugar donde los problemas éticos parecen no existir, donde ya lo que es justo o no quedó zanjado, vaya uno a saber por quién y por qué razones, y quienes no coincidan con esa idea de justicia o son considerados de frentón malos o en el mejor de los casos ignorantes.

Los desafíos que implica para la sociedad y para cada uno de nosotros no tener certeza de lo que en verdad es justo no son menores, exige humildad, deferencia, respeto, pero al mismo tiempo ello no puede significar acepar lisa y llanamente la posición de alguien que nos parece moralmente inaceptable, a pesar de nuestra precaria condición epistemológica. La línea es delgada y en cada momento corremos el peligro de caer en cualquiera de los dos extremos (fundamentalistas o relativistas). Ello exige mucho más cuidado a la hora de tomar decisiones y de juzgar las decisiones de los demás, cuidado que hoy por hoy no vemos casi en ninguna parte. Esta condición humana, precaria, que nos muestra los límites de nuestro conocimiento y por ende también de nuestros fundamentos éticos, es clave no olvidar, de lo contrario olvidaremos que nuestros principios son en última instancia tan endebles como los de nuestros vecinos, pasando a llevar uno de los principios fundamentales que buscamos resguardar, que es precisamente el valor intrínseco de toda vida humana, la dignidad de otra vida, junto con sus ideas, creencias y costumbres.