La Tercera, 24 de octubre de 2016
Opinión

Incentivar, no obligar

Lucas Sierra I..

Y el fantasma se hizo carne y habitó entre nosotros: la participación electoral bajó alrededor de 10 puntos respecto de 2012. ¿Qué hacer?

El voto es un derecho y los derechos son de ejercicio voluntario.

Antes que nada, calmarse. En el conjunto de las elecciones que se celebran en Chile, las municipales son las que exhiben una abstención relativamente mayor. Piénsese, por ejemplo, que en las de 1971, cuando la pasión política se colaba por todos los intersticios de la sociedad, la participación electoral alcanzó un 53% de la población en edad de votar.

Esto es coincidente con lo que pasa en otras democracias que también tienen voto voluntario. Y en especial cuando las elecciones locales no coinciden con otras elecciones, como ocurre en Chile. Por ejemplo, en Estados Unidos la participación ha estado en torno al 21% durante los últimos años en elecciones de alcaldes en un conjunto de ciudades grandes. Y este año en Inglaterra, la participación en elecciones exclusivamente locales fue cercana al 34%.

Calma, entonces. Pero no abulia.

La vida de las democracias depende de la existencia de elecciones periódicas, no de una determinada participación en ellas. Pero el tono muscular de las democracias es mejor si hay más participación. Por esto se debe hacer lo posible para incentivarla.

Habría que empezar por asumir con inteligencia y seriedad el desafío de tener un padrón electoral, con inscripción automática, que vuelva a ser confiable e indiscutido. En esta tarea intervienen el Registro Civil y el Servel, pero la responsabilidad final es de este último. Por esto, hay que volver a revisar su capacidad instalada. Es obvio que más que autonomía constitucional, se le deberían haber dado más recursos.

Una vez seguros que el Servel se la puede, se deberían explorar vías para facilitar el voto. La tecnología ha hecho que un número creciente de interacciones sociales tengan lugar de un modo no presencial. Todo lo que tiene que ver con el voto, en cambio, es presencial. Es hora de revisar esto, en especial si queremos que los jóvenes participen y se acostumbren a participar.

Otra tarea es volver a pensar la regulación de la propaganda electoral y su respectivo financiamiento. La Presidenta Bachelet dijo hace unas semanas: «… hay re’ poca propaganda, hay gente que capaz que ni sepa de que hay elecciones municipales, pero está más limpia la ciudad, yo creo que tiene eso de positivo, pero hay que informarse para poder tomar las mejores decisiones.»

Hay datos nacionales y comparados que sugieren una correlación positiva entre el financiamiento electoral y la participación. Todavía falta información para evaluar el impacto de las recientes reformas que redujeron drástica e irreflexivamente el aporte privado a las campañas. Pero la sensación una vez terminada esta campaña es que la Presidenta, en esto, acertó. Calles más limpias, pero ciudadanos menos informados.

Varias son, entonces, las tareas. El temor ahora es que en este desafío se cuele el arrebato por volver al voto obligatorio. Eso no sería mejora, sino retroceso. Porque el voto es un derecho y los derechos son de ejercicio voluntario. Porque prácticamente en todas las democracias que miramos como modelo el voto es voluntario. Y porque sería muy desconsiderado haber inscrito a todos los ciudadanos para imponerles por la ventana una obligación que no tenían. Una regresión paternalista.