El Mercurio, 9/1/2011
Opinión

Intervenir

Lucas Sierra I..

El Banco Central ha decidido intervenir el mercado cambiario. Una decisión riesgosa por todos lados. Puede equivocarse, y resultar un remedio peor que la enfermedad. Puede acertar, y generar la tentación de replicar el remedio.

La intervención de los mercados fue el modus vivendi de la sociedad chilena durante buena parte del siglo pasado. El resultado, sabemos, fue malo: una economía pobre y capturada por ciertos grupos.

En general, las intervenciones no funcionan porque necesitan de una información que es muy difícil, sino imposible, de centralizar. Los mercados son un flujo incesante de información que se alimenta y retroalimenta entre múltiples entes. La idea de capturar el flujo en un solo ente no parece más que utopía.

Un reflejo fascinante de esa utopía fue un proyecto que se desarrolló en Chile durante el gobierno de Allende. Se llamó «Cibersyn», y fue asesorado por un destacado experto británico en cibernética. La idea fue instalar un computador en el gobierno, al centro de una red de ministerios, industrias y sectores. El cerebro central recibiría la información de todos estos puntos, la procesaría y produciría decisiones para la economía. La utopía perfecta.

Pero la máquina no alcanzó a operar en forma. El golpe de 1973 abortó el proyecto, y no se pudo saber cómo hubiera funcionado. Quedan fotos de su sala de operaciones. Es fantástica, como sacada de la película «2001: Una odisea en el espacio». Con un diseño increíblemente futurista, varios sillones se ordenan en círculo, cada uno con un terminal. Sobre ellos, los expertos, con toda la información, moverían los hilos de la vida económica. Delirio cibernético, control compulsivo. Los sueños de la razón.

«Cibersyn» fue expresión pura de una lógica que empezó a retroceder después de 1973. La economía de mercado se expandió de la mano de una actitud más bien escéptica frente a la posibilidad de intervención.

Una expresión también pura de este escepticismo fue la famosa frase de Martín Costabal a principios de los 80. Como director de Presupuestos, se enfrentó a un grupo de agricultores que, en medio de la turbulencia económica de esos años, pedían intervención. Creyeron amenazarlo diciéndole que sin ella tendrían que «comerse las vacas». «Cómanselas», fue la lápida de vuelta.

Desde entonces, la economía ha venido caminando más cerca de esta ortodoxia que de la del cerebro cibernético central. Hoy las posibilidades son menores para que el Estado intervenga tan directa y extensivamente en la economía. Las herramientas son más puntuales y reactivas, y el control básico se deja a un órgano que encarna estas características: el tribunal antimonopolios.

Ésta es una manera más discreta de intervenir, más escéptica, limitada por los contornos que poseen los casos. No necesita el cosmos de información que exige el cerebro central. No es la utopía del panóptico. Por lo mismo, parece más acorde con el carácter dinámico de la vida económica.

Algunos teóricos sostienen que las crisis económicas tienen un efecto «purificador»: remecen y renuevan industrias y sectores que, de otra manera, permanecerían estables y acomodados, con el riesgo de cobijar ineficiencias. Al proteger, la intervención puede perpetuar estas ineficiencias, impidiendo que la crisis despliegue el efecto purificador de filtrar a los más capaces.

Y todo esto suele ser regresivo, porque como tener toda la información necesaria es imposible, es fácil que la intervención termine beneficiando a grupos con capacidad de presión, no a los más pobres.

Entre la respuesta de Costabal y el «Cybersyn» hay, por supuesto, un espacio enorme. La intervención del Banco Central no está ni cerca de este último extremo. Cabe suponer, además, que se va a manejar con prudencia y criterio.

Pero no deja de ser inquietante. Algo así como el eco esporádico de una utopía latente.

Ojalá la medida tenga éxito. Y si lo tiene, que no contagie.