Oliver Letwin, académico de Cambridge, se pregunta con humor: “ ¿Por qué forzamos a los niños a acudir todos los días a edificios de ladrillo y concreto con olor a repollo viejo y detergente, con su peculiar surtido de profesores y grandes cantidades de papel y tinta? ¿No será, en realidad, una operación para mantener controlados a los niños, una manera de enjaular a los pequeños mientras los padres salen a trabajar?”
El experto británico, durante el debate de la reforma educacional en Gran Bretaña, apuntó al corazón de la enseñanza escolar al discutir las prioridades de la enseñanza en los colegios. A su juicio éstas fallan porque “ (…) la ambición noble pero grandiosa de querer lograr lo imposible ha impedido alcanzar lo posible” . Educar es el ideal más alto al que puede aspirar un colegio, pero no su meta primera. Porque ser educado depende de circunstancias afortunadas no del todo controlables y de capacidades individuales que
no son comunes. Se puede haber asistido a un buen colegio, haber sido un buen alumno, ser inteligente, competente y tener muchos conocimientos y no ser, en un sentido estricto, educado. “ Proporcionar educación es maravilloso, pero especial” , advierte Letwin. Ser educado parece ser, como lo que dice Ortega y Gasset del amor: un privilegio de pocos.
En cambio, leer y entender cualquier texto, expresarse con claridad tanto oralmente como por escrito y tener un manejo básico de los números, es un derecho de todos. Que los alumnos al finalizar su enseñanza escolar sean capaces de realizar estas tareas, es el primer y más importante objetivo de los
colegios. Esto es lo que el experto inglés llama la “base” necesaria para vivir como ciudadano en una sociedad democrática. Algo de lo que si carecemos, nos convierte en “adultos amargados y miserables” . Sólo una vez lograda la “base” se justifica intentar educar.