Como es bien sabido, en promedio los índices de interés en temas públicos son más bien bajos en la mayor parte de los países del mundo, lo que se manifi esta en los reducidos niveles de participación electoral, especialmente en las democracias en las que ésta es voluntaria. No es obvio, sin embargo, que los bajos índices de participación electoral sean un problema en sí mismo. Es fácil argumentar, por un lado, que se trata más bien de un síntoma de problemas más «profundos» de desafección política cuya solución requeriría reformas muy radicales de las democracias contemporáneas, a nivel de los sistemas de partidos, de los mecanismos de participación, o incluso de los programas de educación y socialización cívica y política. Por otro lado, también es posible no reconocer que niveles bajos de participación electoral constituyan un défi cit democrático, y plantear que estos niveles son, ya sea, satisfactorios, o que es un índice irrelevante en la evaluación de la calidad del funcionamiento de un régimen democrático. Después de todo, ¿estaría alguien seriamente dispuesto a sugerir que la democracia argentina es superior a la suiza sólo porque está más arriba en el ranking de promedios de participación electoral?