Ya en nuestro Informe de 1998 se diagnosticaba que, más allá de los innegables éxitos económicos e institucionales de Chile, las personas veían sus vidas cotidianas plagadas de inseguridades. En lo relacionado con la salud, con la delincuencia, con su trabajo, con sus pensiones, con sus relaciones con las demás personas.
Algo sucede que a pesar que pueden observar avances constantes en sus vidas, nuestros ciudadanos se resisten a formarse una visión general de la sociedad que sea más bien positiva. Más allá de los fundamentos que pueda tener esa opinión crítica, el hecho es que ésta se traduce en crítica a las instituciones. Si se percibe que existen problemas y que ellos no se solucionan, entonces la responsabilidad se radica precisamente en esas instituciones.
La persistencia de esa crítica hacia la sociedad y sus instituciones no significa que nada haya cambiado. De hecho, la manera en que se expresa esta crítica ha venido modificándose en el tiempo; desde una forma más bien pasiva a otra más activa. La transición desde un malestar implosivo (que se vivía hacia adentro) a uno expresivo (que identifica responsables externos) tiene sus raíces profundas en importantes cambios culturales. Uno de los más relevantes dice relación con un mayor empoderamiento por parte de la gente.
Los ciudadanos han cambiado de manera importante. Pero las élites, todas ellas, no han estado en sintonía con esos cambios. La desconexión se expresa, por supuesto, en diversos planos (en lo que se opina, en lo que se hace, en lo que se desea cambiar, en lo que se desea mantener). Las categorías que usamos nos impiden entender qué es lo que sucede en la ciudadanía. Desde esta dificultad de comprensión acerca de cómo piensan los ciudadanos, es fácil pensar que siempre son ellos los equivocados, los que no entienden, los que están desinformados.
Un ejemplo, entre otros, es que diversos estudios destacan la fuerte valoración existente del esfuerzo personal y del mérito individual. Pero estos también muestran la fuerte demanda de las personas por una mayor presencia del Estado en diversos ámbitos de la vida cotidiana. ¿Cómo compatibilizar ambas observaciones? Un resultado de la Encuesta de Desarrollo Humano es de interés: quienes más valoran y creen en la meritocracia son los más críticos de la situación de Chile y quieren más cambios. Y ellos demandan más Estado para que se premie el mérito. Las personas aspiran a concretar sus proyectos personales y familiares y para ello demandan apoyo de parte de la sociedad.
La desconexión lleva, por una parte, a la pérdida de legitimidad de las élites, expresada en la consistente desconfianza que las personas manifiestan en relación con todos los que ocupen posiciones de poder en la sociedad. Por otra, y como consecuencia de esto, se limita la efectividad de las propias acciones de esas élites. Desde la perspectiva del Desarrollo Humano este es un tiempo de oportunidad. El estado actual de la sociedad refleja un momento de profundización democrática que implica que estas mayores dificultades son un rasgo propio de una sociedad que busca hacerse cargo de sí misma. Al mismo tiempo que es un proceso del cual no es posible abstraerse, tampoco es posible pensarlo como algo que pueda ser controlado por unos pocos actores. Son muchas las fuerzas, muchos los actores que lo impulsan en múltiples direcciones y a veces en direcciones contrapuestas.