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Juana de Arco, una provinciana

Joaquín Trujillo S..

Juana de Arco, una provinciana

Juana se pregunta cuándo este maravilloso mundo admitirá en él a los santos. Una pregunta, por lo demás, que se hacen muchos provincianos a quienes la distante guerra de los cien años librada entre capitalinos trata mal.

Una de las provincianas controvertidas que recuerda la historia fue Juana de Arco. La llamada “doncella de Orleans”, salió de su territorio lugareño para conquistar la capital, aunque, a decir verdad, la Guerra de los Cien Años hacía tan decadente el Reino de Francia que ya no había una que conquistar. Paris permanecía bajo el control de los ingleses, quienes, en cierta manera, se creían también franceses, de suerte tal que la joven provinciana tuvo que prácticamente reconstruir su concepto de país antes de disponer de una capital a la que arribar.

Dos escritores lo explicaron muy bien. George Bernard Shaw y Hilaire Belloc. Antes de ellos, Voltaire y Schiller ofrecieron al público sus propias versiones de la santa soldado.

A Juana se la consideró provinciana ya en Schiller. Su avergonzado padre rural le sigue los pasos y viene a denunciarla. Con todo, el poeta alemán inmortalizó una imagen de Juana de Arco alta y rubia, una especie de valquiria que llega del campo al gran mundo, dejando vacas sin ordeñar.

En 1923, el autor de comedias George Bernard Shaw estrenó “Santa Juana”. La doncella venerada por el pueblo francés había sido canonizada tres años antes por el Papa Benedicto XV. Y como Shaw no se había atrevido a poner en boca de los personajes todos los chistes que hubiera querido, o sus adversarios encontraron la obra un poco fome, el historiador Johan Huizinga observó que, de haber hecho falta un milagro para acreditar la santidad de la doncella en el proceso, ese milagro era que el autor de la supuesta comedia se hubiese abstenido de hacer un solo chiste en ella.

Huizinga criticó además que Shaw pusiera en boca de Juana ideas propias del nacionalismo y protestantismo, que entonces todavía no existían. El propio Shaw se burló de esa probable acusación, cuando el arzobispo le dice a Juana: “yo creo que tus ideas podrían ser llamadas… protestantismo”.

La cosa es que la imagen de una Juana de Arco humilde, menuda, morena, nada que ver con la valquiria, fue un aporte de Shaw. Porque le interesaba mostrar que era una jovencita abriéndose paso en la alta sociedad feudal, los soldados y la corte de “Charly”, como ella llama a Carlos, el delfín de Francia al cual sus buenos oficios consiguieron coronar rey.

Después de quemarla en la hoguera, un acto abominable del que Shaw acusa más a los ingleses que a la Iglesia, Juana reaparecerá en la alcoba del ya viejo rey Carlos, a quien no conviene que su antigua promotora siga considerada una bruja y hereje y, en consecuencia, será el primer auspiciador de su rehabilitación. En esta escena hilarante, reaparecen también los antiguos detractores de la doncella, quienes ahora se arrodillan ante ella, pero acto seguido se retiran excusándose cada uno en sus ocupaciones de antaño.

Finalmente, Juana se pregunta cuándo este maravilloso mundo admitirá en él a los santos. Una pregunta, por lo demás, que se hacen muchos provincianos a quienes la distante guerra de los cien años librada entre capitalinos trata mal.