Un programa como el que hizo el 13 sobre el senador Lavandero en muchos países democráticos sería ilegal, por tratar temas que están bajo juicio.
Un paisaje idílico, sobre todo visto desde el seco verano de Santiago: cerros verdes, árboles añosos, un río ancho, una casa de madera a su borde, una casa acogedora con una chimenea de la cual siempre sale humo, como llamándonos a entrar al hogar. Un caballero se pasea por el río en una moto de agua. Da círculos delante de la casa, de su casa, como para marcar el territorio, como para demostrar que de allí para adentro, lo que hay y lo que ocurre es de dominio propio.
Lo que él no sabe es que lo está marcando a él una cámara escondida. Lo están filmando para que lo podamos ver todos los chilenos. ¿Por qué razón? ¿Para que podamos satisfacer nuestros instintos de mirones viendo en «reality» cómo vive un caballero en su parcela del sur? Sí, pero por muchas más razones, porque el canal que lo filma es nada menos que el intrépido 13, el que mostró en «reality» el arresto de Claudio Spiniak y el testimonio de Gemita Bueno.
Lo que quiere mostrarnos el canal son los bochornosos secretos que «habría» detrás de esa armoniosa fachada. Porque el humo que sale de la chimenea no es el humo de un hogar sano. Es como el humo que salía de las torres de Auschwitz. Es el humo del infierno. Claro que la cámara no logra penetrar las opacas y empañadas ventanas de la casa. Lo único «sospechoso» que logra mostrarnos es una palmadita en el traste de una niñita al salir de la casa, una niñita que el acaudalado caballero se llevará nada menos que en un Mercedes. El resto es suplido por un puñado de testigos, casi todos despechados laboralmente por el caballero.
Claro que el 13 es muy correcto: mientras no haya veredicto; nos dice una voz, «rige la presunción de inocencia». Pero que eso no impida que visualicemos toda la sordidez de las «tocaciones indebidas» que el caballero «habría» desplegado sobre sus víctimas dentro de la casa. En realidad, quedamos sin aliento con tanta mugre que nos revela el 13. Pero felizmente no sólo de la noticia vive el canal. Llega la infaltable pausa comercial y al fin podemos detener-nos a pensar.
No me gusta el senador Lavandero, pienso, es un demagogo, y la pedofilia es nefasta, más aun si es practicada con abuso de autoridad, con aprovechamiento de la ingenuidad de gente humilde. Pero otra cosa es procesar a un hombre por televisión, pienso. Procesarlo por televisión justo cuando está al comienzo mismo del juicio. Someterlo a una crucifixión nacional. Esa otra cosa tiene un nombre: es una canallada.
Hace tiempo que el periodismo amarillo descubrió el truco de vender mugre dentro de un hipócrita marco de supuesta indignación moral. Claro que para que la mugre venda bien conviene que el protagonista sea además famoso. Entonces sí que es impresionante cuando lo descubren y cuando lo exponen como en un circo romano, para despertar el adictivo sadismo colectivo de la gente, ese sadismo colectivo que se regocija al ver cómo chorrea la sangre del chivo expiatorio mientras lo destripan los leones. Mientras más se incita ese sadismo colectivo, más sube el rating, claro.
Un programa como el que hizo el 13 sobre el senador Lavandero en muchos países democráticos sería ilegal, por tratar temas que están bajo juicio. Es que un programa como ése hace casi imposible que haya un juicio justo. ¿Y qué castigo relevante podrían inventar los tribunales tras el asesinato de imagen ya efectuado por la televisión en su «juicio popular»? Por otro lado, los testigos y sus familias son convertidos para el resto de la vida en celebridades, por las peores razones. Aprovecharse así de su ingenuidad no logra sino ahuyentar a testigos futuros.