A la luz de la última columna de Carlos Peña, me pregunto en qué mundo vive, ¿en el de las ideas o en la realidad? Al parecer el columnista olvida que el Gobierno no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras; que un número importante de los parlamentarios de oposición ha utilizado esta crisis para imponer su agenda y que muchos de la coalición gobernante se han plegado a ella; que el presidente de la Corte Suprema también está politizado; los intelectuales y académicos que Peña criticó con razón el sábado también empujan una determinada agenda; que nuestras fuerzas de orden carecen de estrategia para afrontar las situaciones de violencia que estamos viviendo, y que la confianza ciudadana en el Gobierno y la clase política está en el suelo. Su crítica es injusta, pues en circunstancias como estas la historia nos recuerda que no basta tener la razón.
La democracia por definición es llegar a acuerdos a través de las reglas que nos hemos dado. El Gobierno ha hecho todo lo posible para llegar a acuerdos con la oposición que permitan recuperar la paz y el precio ha sido alto. Puede fracasar en este intento, ¿pero existe un principio más importante que la paz? Ese principio no ha sido abandonado.
