Nada más difícil que la vecindad entre países. Es cosa de preguntarles a los alemanes y franceses, o a los chinos y japoneses. Produce inseguridades y celos: no vaya a ser mejor el jardín de al lado. Y la percepción que tiene un vecino del otro está sujeta a duros prejuicios, sobre todo si en algún momento se desataron las ciegas pasiones que se dan en una guerra.
Por eso ha sido difícil la relación entre Chile y Perú. Nos miramos a través de prejuicios profundos. Ellos a nosotros como a un país agresor que disfruta de inmensas riquezas que les arrebatamos en una guerra. Nosotros a ellos como a los provocadores de esa misma guerra, y como a inventores permanentes de pleitos, movidos nada más que por los avatares de la política interna. En todas estas cosas hay alguna pizca de verdad.
El problema está en que los prejuicios enceguecen. Nada más elocuente para ilustrarlo que la forma en que nuestras respectivas prensas reportaban la fase oral del juicio de La Haya, a fines de 2012. En cada país, los diarios celebraban los rotundos triunfos obtenidos por sus agentes y abogados en el curso de la jornada. Así fue que tanto en Chile como en el Perú, se acumularan expectativas ultra optimistas.
En ese entorno, el complejo fallo de La Haya podría haber sido muy mal recibido en ambos países. Felizmente ha sido aceptado, hasta ahora, con relativa tranquilidad. Una muy buena noticia. Significa que las relaciones bilaterales han adquirido una densidad que trasciende los antiguos pleitos fronterizos, gracias al contundente movimiento de gente y de dinero que ha habido entre los dos países, y también a la visión de sus presidentes Humala y Piñera, de mantener las relaciones en cuerdas separadas. Muy distinto habría sido si estos años hubiéramos estado agarrados de las mechas, como querían algunos. Por otro lado, los dos presidentes fraguaron una coreografía creativa para comunicar el fallo. Humala, quien siempre vaticinó que Perú iba a triunfar, confirmó que era justamente eso lo que había ocurrido, y lo hizo nada menos que junto a un retrato de Andrés Avelino Cáceres. Allá él. En la realidad Perú ya no podrá pretender tener «dominio» sobre inmensas cantidades de mar, pero la percepción en estos casos cuenta más que la realidad, y nos conviene mucho que los peruanos estén contentos. El Presidente Piñera por su lado manejó muy bien las expectativas. Nos hizo temer que íbamos a perder todo, cuando en realidad no nos fue tan mal. Y el largo tiempo que se demoraron los jueces tuvo una externalidad positiva: el fallo se anunció justo antes de las tranquilizadoras vacaciones de verano.
Ahora tenemos una oportunidad única para profundizar nuestras relaciones con el Perú. Nos unen tantas cosas. Inmigración, comercio, inversiones. El hecho de que los extranjeros nos ven como parte de una misma zona, por lo que conviene vendernos juntos, tanto a inversionistas como a turistas. Lo mucho que podemos aprender del otro: los peruanos ya han adaptado nuestro modelo económico, y nosotros ya estamos aprendiendo a cocinar. Y para los años difíciles que vienen con Bolivia, la ventaja de tener al Perú como aliado. Para eso nada mejor que la Alianza del Pacífico, aun cuando Brasil la objete, en aquellas raras ocasiones en que se acuerda que existimos.
En todo esto, cabe proceder con mucho tino. Por ejemplo, si el fallo implica cambios normativos en el Perú, que no seamos nosotros los que lo digamos en público. ¿A alguien le gustaría que los peruanos nos exigieran cambios constitucionales? Desde luego, no podemos excluir que políticos peruanos levanten iniciativas antichilenas en el futuro. Pero mientras más densas las relaciones, menos probable que esas iniciativas prosperen.