Vamos en un bus que nos lleva de Huanipaca al Cuzco. Vamos bordeando el torrentoso río Apurimac, hablando animados de un paseo que acabamos de hacer a Choquequirao, una ciudadela inca comparable a Machu Picchu en importancia arquitectónica y en majestuosidad de paisaje, pero de tan difícil acceso, que casi nadie sabe de su existencia. ¡Qué fortuna, pienso, la de un país con tanto patrimonio cultural, que puede mantener casi en secreto un monumento tan sublime!
Llevamos unas cinco horas de viaje, pero con nuestros amigos peruanos, para quienes la amistad es un recurso infinito, la conversación nunca afloja. Sólo que a medida que nos acercamos al Cuzco, los temas cambian. Es el día del último debate entre los principales candidatos presidenciales. Ansiosos de llegar a tiempo para verlos, nos vamos olvidando del Perú antiguo para hablar de las elecciones en el Perú de hoy.
Es que el país está convertido una vez más en un caso de estudio de los riesgos del sistema de balotaje, sobre todo cuando se presentan muchos candidatos a primera vuelta. Más aún en un país como el Perú donde, debido a incontables golpes militares y al largo Fujimorato, no hay partidos políticos sólidos y, por tanto, no hay quién organice primarias para filtrar a los que aspiran a la Presidencia. Ellos no tienen más remedio que ir a la primera vuelta. El resultado es que la segunda, en vez de conducir a la moderación, puede dejar al país con dos opciones minoritarias.
Es lo que puede ocurrir ahora. Hay tres candidatos -Toledo, Kuczynski y Castañeda- que uno podría llamar demócratas liberales: sus gobiernos serían una continuación de los dos últimos. Según la más reciente encuesta, entre los tres tienen el 50 por ciento de las preferencias. Pero ninguno llega al 20 por ciento, porque se han canibalizado entre ellos. En cambio, Ollanta Humala, el candidato de izquierda nacionalista, tiene el 27 por ciento, y Keiko Fujimori, la hija y ex primera dama del dictador, el 20,5 por ciento.
El electorado peruano es conocido por sus volteretas inesperadas, y los últimos a menudo pasan a ser los primeros. Todo es posible, entonces. Pero las encuestas indican que el país podría tener que escoger entre Ollanta y Keiko, dos candidatos de dudosas credenciales democráticas y de gusto claramente minoritario. Ollanta en su programa de gobierno promete estatizar amplios sectores de la economía y cambiar la Constitución. Keiko compite con él en ofertas populistas, pero a la vez, en un estilo que me recuerda al de Sarah Palin en Estados Unidos, le hace guiños a una derecha primitiva que es la base del fujimorismo.
Humala ya parece seguro para la segunda vuelta. ¿Qué posibilidad tienen Toledo, Kuczynski o Castañeda de ser su contrincante, superando a Keiko? Alguna tiene Kuczynski por el momentum con que ha crecido, pero la lógica me dice que Toledo tiene más, porque es de gusto más universal. Castañeda ya se quedó atrás, aunque es al que mejor le va en segunda vuelta: si el Perú tuviera el sistema electoral en que se marca de una vez una segunda preferencia, él ganaría.
En la segunda vuelta, Ollanta tratará de convencer a los peruanos de que su modelo ya no es Chávez sino Lula, aunque su programa de gobierno y su lista parlamentaria parecieran desmentirlo. Si su contrincante es Keiko, muchos querrán creerle, para evitar un retroceso a la corrupta y autoritaria época de su padre.
Ya de vuelta en Chile, pienso con nostalgia en Choquequirao, en Huanipaca, y en mis acogedores amigos peruanos. Merecen, pienso, tener la opción de votar por lo que una amplia mayoría del país quiere: la continuación del exitoso modelo de democracia liberal que ha estado convirtiendo al Perú en país pujante y moderno.