El Mercurio, 3 de mayo de 2013
Opinión

La inconstancia de la política

David Gallagher.

Es un lugar común decirlo, aunque los analistas una y otra vez lo olviden: la política es muy cambiante. Por eso no existen en ella carreras corridas. Lo demuestra la desafortunada caída de Laurence Golborne, tras haber comenzado con un aura de tener la primaria asegurada y de ser la «mejor opción» contra Michelle Bachelet. Tuvo razón Andrés Allamand en desafiar los duros pronósticos de los expertos. Como buen político, conocía la política. Sabía que hasta los candidatos más encumbrados se pueden desplomar.

¿Le podría pasar lo mismo a Bachelet? Es improbable. Ella es, a diferencia de Golborne, una política consumada -aunque prefiera negarlo-, y es por tanto poco propensa a meterse autogoles. Pero sí es vulnerable a factores fuera de su control. Sobre todo a las veleidades de la opinión pública. Los chilenos han estado enamorados de ella. Pero los amores por los personajes públicos no son eternos y tienen una particularidad endiablada: la identidad de la persona amada termina confundiéndose con la imagen que la gente tiene de ella. Cuando esta cambia, es poco lo que la persona real puede hacer. Por otro lado, es difícil que un mero ser humano pueda satisfacer indefinidamente las expectativas que se tiene de Bachelet. Con todo, lo probable es que el gran amor por ella dure en algún grado de intensidad hasta noviembre, pero, por definición, no es seguro.

En este contexto, sorprende el pronunciado vuelco a la izquierda que ella ha exhibido desde que llegó a Chile. Después de todo, Frei parece haber perdido las elecciones justamente por haberse situado demasiado a la izquierda, en un país de gente que en su mayoría es moderada. A esta izquierdización se le dan dos explicaciones. Una, que ella cree que la gente que vota en la primaria es la del voto duro de izquierda: concluida esta, ella se movería entonces al centro. Otra es que de verdad piensa que un vuelco a la izquierda es bueno y necesario. Aleonada por su popularidad, se creería invencible, y no vería riesgos en darse gustos que no se podía permitir en 2005. Además, la «ciudadanía», representada por los líderes estudiantiles, estaría exigiendo justo las medidas radicales que ella actualmente esboza.

Mi problema con esta segunda explicación es que Bachelet siempre demostró ser una mujer muy sensata, que sabe que el país funciona bien solo cuando se evitan los populismos y los fundamentalismos, y que la «ciudadanía» que los dirigentes estudiantiles invocan no es necesariamente mayoritaria. Por otro lado, no querría ella arriesgar la gobernabilidad del país creando expectativas irrealizables. Por tanto, lo probable es que sí quiera moderar su postura después de la primaria. Pero en el camino podría caer en una trampa. Si en la primaria arrasa, pueden concluir sus asesores que la izquierdización fue todo un éxito. La presión por no atenuarla podría volverse irresistible, sobre todo con un PC respirándole en el cuello. En ese caso la candidata sería llevada fatalmente a repetir el error de Frei, lo que le daría una oportunidad a la derecha.

A Bachelet, paradójicamente, le conviene que a Velasco y Orrego les vaya bien, porque recién allí su gente entendería la necesidad de un giro al centro, el espacio en el que en Chile se ganan las elecciones. Desgraciadamente para ella, lo probable es que en la primaria arrase, y que por eso no le permitan dar ese giro. La gran oportunidad que allí surgiría para el candidato de derecha estaría sujeta, claro, a que él fuera percibido como cercano al centro, como lo fue Piñera. Él tendría que evitar la misma trampa que arriesga Bachelet: la de ganar la primaria con una postura sectaria, para allí creer que esta vale también para las presidenciales.