El hecho de que hayamos tenido recién un colosal terremoto nos ayuda a orientar las reflexiones que nos nacen, en un año de Bicentenario, sobre el tipo de país que somos y el tipo de país que queremos ser.
Aunque sea un lugar común decirlo y aunque suene a autocomplacencia, el terremoto nos recordó que somos un país de gente inusualmente sufrida y esforzada, de gente capaz de sobrellevar las peores desgracias y después levantarse. Se me ocurre que en Chile, con sus terremotos inmemoriales, se ha producido hasta una suerte de selección natural de gente resistente, porque de los que llegaron, fueron muchos los que ejercieron la opción de irse: de cruzar la cordillera para galopar por las llanuras, o de tomar el largo viaje en barco de vuelta a Europa. Los que se quedaron sabían a qué se quedaban. De acuerdo: son pocos los siglos transcurridos para hablar de selección natural en forma científica, pero ¡que se nos permita por lo menos hacerlo en forma metafórica! El hecho es que los que vivimos acá hemos aprendido a lidiar con la adversidad. Y como si fuera poco el terremoto para recordárnoslo, el caso de los 33 mineros es un ejemplo increíble de chilenos que, en una situación adversa extrema, supieron batirse, organizarse, levantarse.
Resistencia, capacidad para sobrellevar desgracias, y de crear un orden espontáneo para enfrentarlas, ánimo para reconstruir: éstas son las cualidades que se les ha notado a los chilenos este año, ejemplificados en esa muestra aleatoria de 33 mineros, de los cuales cinco no completaron la educación básica y seis no terminaron la media. Ha quedado en evidencia que la gente en Chile, sea el que sea su origen, tiene una notable aptitud para valerse por sí misma. Cada individuo, incluso el más humilde, parece tener en sí mismo recursos superiores a los que en algún momento u otro de su vida le brinda el estado, o la empresa en que trabaja, o la iglesia a la que adhiere, o cualquier otra institución, de cualquier índole, que pretenda tener tutela sobre él.
Tal vez porque saben eso, en Chile los individuos se están sintiendo más autónomos. Si en 1810 empezamos a librarnos del pesado orden colonial, en 2010 nos estamos independizando de numerosos grupos autoritarios que pretenden imponernos sus formas de pensar y de vivir. En Chile el individuo se está atreviendo a ser él mismo, aun cuando eso signifique ser diferente. En Chile el individuo se está independizando hasta de sus propias tribus.
Algunos temen que en esta nueva sociedad de individuos, se esté perdiendo la cohesión social. Temen que nos estemos convirtiendo en un país de egoístas. Es un temor injustificado. Lo ha comprobado una y otra vez la solidaridad que surgió tras el terremoto, y la que floreció entre los mineros: los chilenos, por diferentes que se atrevan a ser entre sí, saben perfectamente bien cuándo se tienen que unir, cuándo cabe que el esfuerzo personal se vuelque en ayuda a los demás.
¿Adónde estamos encaminados ahora al comenzar un tercer centenario? Ojalá hacia un país de oportunidades como el que pregona el gobierno, un país que deje florecer esas aptitudes que los chilenos han demostrado tener. Un país, también, en que a la gente se le diga la verdad en vez de tratarlos como niños, con medidas paternalistas y populistas, porque con su reciedumbre a toda prueba, los chilenos han demostrado que no temen la verdad.
Cabe ser optimista, por la fuerza que tiene hoy día la sociedad civil, por la pujanza que ha demostrado tener, justo este año. Tal vez las élites políticas, adictas al paternalismo, no la entiendan todavía, y por eso hasta nos obligan a tener «feriados irrenunciables». Pero los chilenos han creado una sociedad civil potente, cada vez más contestataria e igualitaria y creativa. En realidad es ella, y no los gobiernos, la llamada a llevarnos a ser un país desarrollado y justo. El papel del gobierno es el de igualar las oportunidades, y de remover los obstáculos, enfrentándose con valentía a los grupos de presión que se ponen en el camino.
En la tan mentada ausencia de grandes monumentos para este Bicentenario, la cada vez más emancipada sociedad civil es el gran legado de la actual generación de chilenos a los del futuro, un legado intangible, de autoría colectiva y anónima, mucho más valioso que cualquier edificio: el legado de la libertad, de la autonomía, de la independencia, ya no sólo la del país, sino la de los individuos que lo habitan.