La Segunda, 17 de enero de 2018
Opinión

La ira de Dios

Sylvia Eyzaguirre T..

Restablecer la confianza entre la Iglesia y su comunidad exige no sólo genuino arrepentimiento por los crímenes cometidos y pedir perdón, sino sobre todo actos reparatorios para con las víctimas.

La visita de su Santidad, el Papa Francisco, es sin duda controversial. ¿Cómo entender que una institución que representa a Dios en la tierra, cuya misión es predicar el mensaje de la paz, del amor, de la bondad, haya no sólo encubierto institucionalmente a criminales, sino que también los haya protegido sistemáticamente, permitiéndoles seguir abusando de otros niños y jóvenes?

Me pregunto qué pensaría Jesús de su iglesia si viera cómo esta se ha comportado. ¿Qué habría hecho él? ¿Se hubiese puesto al lado de los poderosos, protegiendo a quienes abusaron de niños inocentes, o hubiese defendido a los más débiles, a los cientos de miles de niños y jóvenes abusados?

Como cualquier institución humana, la Iglesia también está expuesta a la debilidad del ser humano. Pero hay una gran distancia entre los crímenes que pueda cometer un sacerdote y el encubrimiento institucional de dichos crímenes. A diferencia de otras instituciones, el comportamiento ético que la ciudadanía y, en especial, los fieles exigen a la Iglesia está en estrecha relación con la autoridad que reclama para sí la Iglesia en los asuntos morales. La Iglesia Católica ha traicionado no sólo a las víctimas de los abusos y sus familias, sino en primer lugar los principios que proclama.

¿Cómo se puede entender, entonces, que Juan Barros siga siendo obispo y haya estado al lado del Papa ayer en el Parque O´Higgins? ¿Cómo es posible que el Papa Francisco haya asistido al funeral del cardenal Bernard Law, que encubrió a los curas pederastas de Boston? ¿Cómo se explica el trato vejatorio hacia las víctimas? ¿Cómo entender las palabras del Papa Francisco, si todavía hay criminales y cómplices en cargos de poder? La principal deuda de la Iglesia Católica no es ni con sus religiosos, ni con sus fieles, ni siquiera con sus víctimas, sino con Dios.

Restablecer la confianza entre la Iglesia y su comunidad exige no sólo genuino arrepentimiento por los crímenes cometidos y pedir perdón, sino sobre todo actos reparatorios para con las víctimas, que revelen que el corazón de la Iglesia está con los que sufren, con los vulnerados, con los más débiles, y no con quienes abusaron y hoy siguen ostentando poder.

La autenticidad de esta posición sólo será evidente en la medida que la Iglesia deje de ser reactiva y asuma una actitud proactiva de tolerancia cero ante los abusos. Difícilmente la Iglesia superará esta crisis, si sus políticas no son coherentes con los valores y principios de la fe católica.