Las elecciones de este año son las más interesantes desde 1989, porque, sea el que sea el resultado, marcan un cambio profundo en la política chilena. Por muchas razones. Porque la Concertación está en una crisis que puede ser terminal. Porque Enríquez-Ominami ha abierto lo que podría ser una atractiva alternativa a ella. Porque puede ganar Piñera, lo que marcaría un hito en Chile, como lo fue en México la elección de Fox. Porque hay como nunca incertidumbre en torno a las elecciones parlamentarias, y a las coaliciones que emergerán después.
¿Se estará realmente desmembrando la Concertación? Uno se hace la pregunta, porque cuesta creerlo. Es como si se desmoronara la cordillera. La Concertación era tan sólida. Por eso es entendible que en sus cúpulas y comandos haya quienes actúan todavía como si no pasara nada, como si estuvieran en un estado de negación. Sin embargo, la evidencia es inmisericorde: cuatro candidatos presidenciales ex Concertación contra Frei, ocho parlamentarios retirados de la coalición, y muchos más que coquetean con Enríquez-Ominami, o que rechazan el programa de Frei.
Por eso mismo, cabe preguntarse si realmente existe esa avidez por aferrarse al poder que le tildan a la Concertación. Entre los operadores, quizás, pero en muchos de los políticos, el poder da muestras más bien de haber detonado un profundo cansancio, no sólo porque lo han ejercido por tantos años, sino porque han tenido que compartirlo con gente de cultura tan distinta. Es sabido que los viajes muy largos son una prueba para cualquier amistad: en este largo viaje político de la Concertación, los que partieron como amigos íntimos ya no se aguantan.
Añoran volver a casa para descansar, y para soñar con rumbos nuevos, con compañeros de ruta distintos. Un monje benedictino me decía que, después de incontables años, no podía aguantar cómo jugaba con las migas de pan su vecino de mesa en el refectorio. Intuyo que, en la Concertación, las odiosidades a estas alturas son así: menos ideológicas que individuales.
La Concertación lograba reinventarse con cada elección presi-dencial, cambiando ingeniosamen-te de un democratacristiano a un socialista, o de un hombre a una mujer. Recurrir a un ex Presidente es la antítesis de la reinvención. El que la representa hoy es Marco Enríquez-Ominami.
Hay mucho en él que inspira simpatía. Pero por el momento, para mi gusto, reúne demasiadas contradicciones, como si él mismo estuviera barajando opciones, en una búsqueda de identidad política. Por ejemplo, no parece añorar las políticas industriales, como algu-nos asesores de Frei, y no parece compartir el diagnóstico estatista del país que hacen en el PPD, pero entre sus propios asesores, hay quienes tienen relaciones íntimas con Castro, y en el Congreso, él ha sido reacio a criticar a Chávez. Su corazón, ¿dónde está, entonces?
Es afortunado que en esta coyuntura de cambios profundos, la oposición tenga un candidato del calibre de Sebastián Piñera. Es delas personas más capaces que haaspirado a la Presidencia. Sin duda, el que más costos de oportunidad tiene. Podría dedicarse a pasarlo bien con su dinero. No lo hace porque tiene una profunda vocación por lo público.
Piñera sabe lo que hay que hacer para sacar el país de su suave declinación. ¿Con qué Congreso lo hará? No lo sabemos, porque con tanto díscolo, las elecciones parlamentarias están muy abiertas. Pero nadie ya cree que Piñera tendría más problemas de gobernabilidad que Frei. Su gobierno contaría, desde ya, con la Coalición por el Cambio. Pero a ella se deberían sumar muchos más.