El Mercurio, 16/1/2009
Opinión

La política de cálculos

David Gallagher.

Para un parlamentario incumbente, nunca hay mejor sistema que el actual, porque es el que siempre lo ha favorecido. Mejor no arriesgar un cambio. Claro que no va a admitir su temor. Lo va a disfrazar con observaciones filosóficas, o esperando que sean sus adversarios los que se opongan a las reformas electorales. Es la táctica que ha usado siempre la Concertación con el sistema binominal.

Son pocos los parlamentarios que quieren cambiarlo, porque les da permanencia en el poder sin tener que competir demasiado. Pero desde 1990, la Concertación ha logrado convencernos que es sólo la Alianza la que se opone a un cambio. La Alianza se ha prestado torpemente a ese juego. No está claro por qué, ya que tal vez le convenga más un sistema uninominal, como el que se usa para elegir a los alcaldes, y que le dio tanto éxito en octubre. En todo caso cada vez que el Gobierno propone reformar el sistema binominal, logra poner a la oposición en jaque, matando varios pájaros de un tiro. La Alianza aparece como la defensora de un remanente del pinochetismo. La extrema izquierda se convence que realmente quieren que tenga representación parlamentaria. Y los gobiernos no corren riesgo alguno, porque la Alianza no se anima a desenmascarar el bluff. Para hacerlo tendría que amenazar con apoyar las reformas propuestas, o mejor, idear reformas propias. Con todo, la Concertación va a estar veinte años en el poder, gracias a haber preservado el sistema binominal, sin la inconveniencia de tener que defenderlo, y a pesar de haber prometido cambiarlo.

El Gobierno ha tratado de poner en jaque a la Alianza también con el tema de la inscripción electoral. Quiso hacerlo dándole urgencia al proyecto de inscripción automática y voto voluntario, porque sabía que la UDI -patéticamente- se oponía a él. Pero al Gobierno le salió el tiro por la culata. Al ver que había un riesgo real de que fuera aprobada la reforma, entraron en rebelión algunos diputados de la Concertación. No todos, claro, pero suficientes. El martes el Gobierno vergonzosamente retiró la urgencia del proyecto, que por tanto no se verá hasta marzo. Como resultado, es muy difícil que esté para las próximas elecciones.

Una de las muchas razones del creciente desprestigio de los políticos es el bochornoso espectáculo que dan cuando se oponen a reformas que fortalecen la democracia, por la misérrima razón de que las ven como un riesgo para su reelección. Es penoso ver a políticos esmerados en evitar una iniciativa que empadrona a millones de nuevos electores, en su mayoría jóvenes. ¿Cómo no les da vergüenza que los elija un colegio electoral cada vez más anciano y pequeño? Uno cuyos miembros están obligados por ley a votar en elecciones parlamentarias de resultado casi siempre conocido, como si estuvieran forzados a ser sus ministros de fe. Dadas las características del sistema binominal, sólo son competitivas las elecciones municipales y las presidenciales. Los gobiernos y parlamentarios que han sido cómplices de esta situación han logrado el objetivo de perpetuarse en el poder. Pero ponen en riesgo nuestra democracia.

En las elecciones de diciembre merecen triunfar los candidatos que confiaron en los jóvenes. Los que estuvieron por la inscripción automática porque no temían su voto, y los que apoyaron el voto voluntario porque, libres de paternalismo, respetaban su libertad. Si no hay reforma a tiempo, merecen triunfar, también, los candidatos que lancen una generosa cruzada, joven por joven, para convencer a cada uno de que se inscriba, sin preguntarle por quién va a votar.