Parecía una imagen mistraliana: tomados de la mano, sonrientes, como ronda en un patio de escuela. Motivos había, ya que se cerraba un acuerdo que se negoció trabajosamente. Sobre educación, una materia sensible como pocas, pues en ella se entremezclan valiosos intereses públicos y privados. Públicos, como el tipo de comunidad política a la que aspiramos y la promesa que ella nos hace de tener oportunidades iguales. Privados, como el deseo instintivo de dotar lo mejor posible a los hijos para la vida, y de transmitirles nuestras convicciones sobre cómo vivirla. Difícil mezcla. Esto explica, quizás, el hecho de que en el debate sobre la educación todavía es posible ver viva la pasión que tenían los debates ideológicos hace 40 años.
En general, el acuerdo parece bueno para la educación. Mantiene y refuerza la labor redistributiva que hace el Estado al financiar la educación de quienes lo necesitan. Y refuerza también la libertad de enseñanza como principio básico. Los dos intereses involucrados, público y privado, resultan así bien servidos. Y con realismo, al desecharse esa idea, harto beata, de que no puede haber lucro alguno con la educación.
Pero además de bueno parala educación, el acuerdo parece bueno para la política. Después de tanto oír sobre gobierno ciudadano y sociedad civil en relación con los asuntos públicos, fue un alivio ver a los partidos políticos. Al final, éste fue un acuerdo político, firmado por los dirigentes de los partidos con representación parlamentaria. Por supuesto, fueron asesorados por técnicos competentes, pero, en último término, pactaron ellos. Y lo hicieron como se negocia cuando hay principios: transando algunas cosas y manteniéndose firme en otras.
Esto último fue especialmente refrescante de ver en la Alianza. Después de años sufriendo una especie de vaciamiento desde un punto de vista conceptual (quizás por ese cosismo que le contagió el embrujo de Lavín), en este acuerdo sus partidos parecieron animados por principios que les dieron orientación y fuerza.
Ahora, los firmantes del acuerdo tienen que alinear a sus miembros en el Congreso. No va a ser tarea fácil para la Concertación, qué duda cabe. Algunos de sus parlamentarios ya han hecho reserva deautonomía. Será interesante ver qué hacen ahora los partidos oficialistas. ¿Cuadrarán a sus parlamentarios con el acuerdo y con el Gobierno? ¿Qué tan fuerte es la institucionalidad partidista ante los parlamentarios?
La política de vuelta, en la ronda de la educación.