Hacia el 2000, Chile era, todavía, un país bastante jerarquizado y autoritario. Mucho menos que en los tiempos de Pinochet, pero todavía las élites tenían la sensación de estar ellas forjando el destino del país. Con el gobierno de Lagos los ciudadanos se empezaron a sentir con más derecho, y capacidad, para pensar con vuelo propio, y a rebelarse contra quienes pretendieran pensar por ellos, y ese proceso se ha ido acelerando. Por otro lado muchas instituciones de élite han contribuido a su propio descrédito. La falta de competencia ha minado la legitimidad de los políticos. La imagen del empresariado se ha visto empañada por aparentes casos de colusión, de falsificación de datos, y -en las universidades- de obtención ilegal de lucro. La confianza en la Iglesia Católica se ha desplomado, debido a burdas faltas al mismo Sexto Mandamiento con que esa institución tanto ha fustigado a la ciudadanía. Por su lado la prensa, más diversa que antes, se ha vuelto más investigativa y crítica, contribuyendo ella misma a la concientización de la gente en cuanto a las deficiencias de las instituciones, cuya fuerte caída en prestigio quedó registrada en la última encuesta del CEP.
Sin embargo si los chilenos se han vuelto más rebeldes y escépticos, no es necesariamente por las razones que algunos esgrimen. No veo en este nuevo ánimo el odio de clase que algunos le atribuyen, y no veo un afán generalizado por cambiar radicalmente el sistema. Hay un deseo, que ya es mundial, de más igualdad y más justicia, pero en el sentido de querer que haya más oportunidad, más movilidad social. Puede haber ganas de en algo corregir el modelo, pero no de reemplazarlo por uno socialista; para qué hablar de transitar hacia una utopía arcaica anterior al consumo, como la que parecen añorar algunos líderes estudiantiles. El año pasado en el país se adquirieron más de 300.000 autos nuevos y más de un millón de plasmas, y por mucho que haya habido gente marchando en las calles, era más la que estaba en los malls . Más que lucha de clases, me parece que lo que los ciudadanos buscan es ascenso social, con buenos empleos, buenos sueldos, y un contexto predecible y seguro que les permita desarrollarse en paz. No es casual que a pesar de los estudiantes, la principal preocupación de los encuestados del CEP sea la delincuencia, que le gana a la educación, aunque sea por un pelo. Por otro lado, los encuestados rechazan la violencia en las manifestaciones políticas, y se muestran en general apolíticos, y reacios a ser convocados a actos colectivos: solo el 12 por ciento dice haber asistido a una marcha o manifestación, solo el 10 por ciento dice haber firmado una petición, y solo el 7 por ciento dice haber participado en un foro político o en un grupo de discusiones en internet.
Lo que estamos viendo en Chile no parece ser, entonces, una rebelión social de las masas, sino una de individuos, que valoran su autonomía e independencia. Los chilenos ya no se resignan a que se les encasille en categorías. El 60 por ciento de los encuestados del CEP no se identifica con ninguna de las coaliciones políticas, y el 46 por ciento no se siente ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro. Este vasto universo que contesta «Ninguna» cuando le piden escoger entre categorías preestablecidas sugiere un país de gente muy diversa e individualizada. Gente que si se va a asociar, va a ser cuando haya una causa particular que la inspire.
Es frente a ese nuevo Chile ágil y exigente, de individuos empoderados, que las alicaídas instituciones tienen que tratar de relegitimarse, reinventándose con cada vez más énfasis en la transparencia, la honestidad, la verdad y la eficiencia, y un profundo sentido de servicio.
El año pasado en el país se adquirieron más de 300.000 autos nuevos y más de un millón de plasmas, y por mucho que haya habido gente marchando en las calles, era más la que estaba en los malls.