Estamos tan seguros de nuestra excepcionalidad que nos creemos inmunes a los desatinos de otros países latinoamericanos. Nos olvidamos de que Chile, hace solo 40 años, era uno de los lugares más caóticos del mundo, a diferencia de Venezuela, cuya democracia era vista como la más estable de la región. Digo esto en el contexto de la visita la semana pasada de Henrique Capriles, el líder de la oposición venezolana. Por mucho que su venida despertara interés, sospecho que es poca la gente que pensó que lo que ha pasado en Venezuela podría darse acá, con la posible excepción de aquellos que quisieran un modelo chavista para Chile.
A Capriles le sorprendió justamente que en la Nueva Mayoría hubiera gente que pide una asamblea constituyente, ya que ese es el camino que llevó a su país al totalitarismo seudodemocrático que hoy padece. Capriles, desde luego, piensa que las constituciones tienen que ser elaboradas a través del consenso, y no impuestas en el calor del momento por una mayoría aplastante pero pasajera, como la que aprobó la Constitución «bolivariana» en 1999, conduciendo a que el chavismo se entronizara en el poder.
Capriles, que según los escrutinios oficiales, sacó en abril nada menos que 7.362.419 votos, o más del 49%, alega, con argumentos plausibles, que le robaron la elección. En todo caso Maduro no ha permitido que esta se audite en forma creíble, comprobando que el fascismo del siglo XXI no contempla la pérdida del poder. Con tanto en contra, es notable la valentía de Capriles, que en su estadía en Chile nos contagió con su fe en el futuro. Además, su visita nos sirvió para observar a nuestros propios políticos, muchos de los cuales evitaron verlo, por temor al chavismo. Los que salieron bien parados fueron la DC y la Alianza, y algunos políticos de izquierda. En cuanto a los problemas de agenda de Michelle Bachelet, nos recordaron la ansiedad con que corrió esa vez que la citó Fidel.
¿Por qué lo de Venezuela podría pasar en Chile? Desde ya porque no hay país en que no pueda pasar, sobre todo si depende mucho de un commodity . Yo viví en Venezuela entre 1977 y 1980, cuando era el país más exitoso del continente. Desde 1958 competían dos grandes partidos, con alta participación electoral. Había una prensa ferozmente libre. El país crecía y prosperaba. Nada, pero nada hacía pensar que podría terminar tan mal. Pero es lo que de repente ocurrió, con feroz velocidad.
El descalabro se empieza a dar a mediados de los años 80, cuando se consolida una larga y profunda caída en el precio del petróleo. En dólares de 2013, había llegado a 115 en 1980. De allí cayó y cayó, hasta llegar a 40 en 1989. La clase política no se animó a moderar las expectativas ciudadanas: seguían gastando igual, acumulando déficits gigantescos. En 1989, Carlos Andrés Pérez, con asesoría del FMI, intentó estabilizar la economía. Pero ya era tarde. La gente estaba demasiado acostumbrada a las dádivas del Estado, y salió a protestar en lo que fue el terrible «Caracazo». El país entró en un período de gran turbulencia, que Chávez cosechó en las elecciones de 1998. Tuvo una suerte increíble, porque desde entonces el precio del petróleo volvió a subir, permitiéndole practicar su notable populismo petrolero.
Ojalá la visita de Capriles nos haga pensar en la inmensidad de lo que está en juego cuando un país se malea. Los venezolanos -los que no están entre los «enchufados», como les dicen a los beneficiarios del chavismo- han perdido su país, y a pesar de la fe de Capriles, cabe dudar si lo podrán recuperar. Han transcurrido 15 años desde que Chávez llegó a la Presidencia, pero eso no es sino un breve instante frente a los 56 años que llevan en el poder los hermanos Castro.