El Mercurio (Carta al Director)
Opinión
Constitución

Laberinto constituyente

Lucas Sierra I..

Laberinto constituyente

Como que no hay vuelta: o redacta el Congreso o redacta un órgano elegido especialmente. Y si es esto último, los bordes a controlar deben ser de procedimiento, no sustantivos.

Señor Director:

El debate sobre el modo de seguir con el proceso constituyente está tomando un carácter borgiano.

Se acordaron un conjunto de bases, principios o “bordes”. Quizás muchos, quizás demasiado específicos. Porque mientras más bordes defina el Congreso, menos sentido tiene elegir un órgano constituyente, distinto del propio Congreso, para redactar un nuevo texto constitucional. Y porque mientras más bordes, mayor es la necesidad de un mecanismo que los controle. Es el problema del “árbitro”.

Se ha propuesto como árbitro a la Corte Suprema, igual que en el proceso anterior, o al Tribunal Constitucional. En el proceso anterior, sin embargo, la Corte Suprema solo podía conocer reclamos asociados a reglas de procedimiento y no sustantivas. Esto era razonable porque así la decisión política se mantenía en el órgano político y no en manos de los jueces. Hoy, en cambio, se quiere entregar a los jueces el control de bordes sustantivos. Esto es sorprendente porque quienes lo proponen son los mismos que por años, y con toda razón, han criticado el control preventivo de constitucionalidad que hace el Tribunal Constitucional. Sostener ambas cosas es contradictorio.

Otros han propuesto que sea un grupo de expertos el que controle dichos bordes. La misma crítica puede hacerse: la decisión política se traslada desde los representantes de la ciudadanía a un grupo no electo. Con un problema práctico adicional: los expertos deberían designarse de acuerdo con las fuerzas políticas en el órgano constituyente. ¿Qué asegurará que no se reproduzca entre ellos la misma discrepancia sobre los bordes que se produce entre estas?

Otros, en fin, han propuesto al Congreso como árbitro. Esta alternativa evita la crítica anterior, pues mantiene la decisión política en manos de representantes de la ciudadanía. Pero nos devuelve a la pregunta inicial, una de economía institucional: ¿vale la pena elegir un órgano distinto del Congreso para redactar una nueva Constitución si es el Congreso quien tendrá la última palabra?

Como que no hay vuelta: o redacta el Congreso o redacta un órgano elegido especialmente. Y si es esto último, los bordes a controlar deben ser de procedimiento, no sustantivos. De lo contrario, nos adentraremos más en ese laberinto de Borges: “No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se bifurca en otro/ que tercamente se bifurca en otro/ tendrá fin. Es de hierro tu destino”.