El Mercurio, 7/11/2008
Opinión

Las palabras de Obama

David Gallagher.

Las dos acusaciones que le hacía la gente de McCain a Obama estaban sutilmente relacionadas. Que no tenía experiencia, y que no era conocido. La segunda tenía ribetes racistas. Implicaba que «no es como nosotros». Sarah Palin le decía a sus adeptos «Obama no quiere a Estados Unidos como nosotros». Pero ningún candidato a Presidente se ha dejado conocer tanto como Obama. Si tienen duda, les recomiendo leer «Los sueños de mi padre», una autobiografía descarnada de 1994, en que Obama cuenta su vida desde la infancia. De paso describe experiencias muy relevantes para el ejercicio de la Presidencia.

Su infancia se da entre Hawai e Indonesia, donde lo lleva su mamá blanca cuando ella se casa con un indonesio musulmán. A los 9 años, en la embajada en Yakarta, hojea la revista «Life» y se topa con la foto de un hombre de una palidez extraña, «como si le hubieran extraído sangre de la carne». ¿Es víctima de la radiación? ¿Será un albino? El niño se hace estas preguntas hasta que lee que el hombre había «pagado con su propio dinero» para recibir un tratamiento químico que aclarara su piel. ¡Era un negro que quería ser blanco! Obama no se atreve a contarle a su mamá.

A medida que crece, Obama asume los desafíos de su mestizaje. Con tropiezos, va forjando su propia identidad. Pasa por una época de ira, de negro militante. La supera. También se impone a las drogas. Ya graduado de Columbia, se va a Chicago para trabajar como organizador comunitario. Allí descubre su aptitud para el liderazgo y su talento para las palabras. Rechaza la cultura de víctima de los negros y busca más bien empoderarlos, para que superen sus carencias con estudio y trabajo. Visita a su familia en Kenya. El padre está muerto, pero están los hermanos, la cálida abuelastra, los primos.

Ningún Presidente de Estados Unidos ha tenido una experiencia tan íntima de países extranjeros. Por otro lado, su trabajo comunitario lo habilita para entender las necesidades personales de sus compatriotas y ayudarles a recuperar la confianza en ellos mismos que perdieron con Bush. En cuanto a «conocer» a Obama, su libro nos abre a la intimidad de un hombre real, un hombre honesto, que ha tenido que formarse reconciliando portentosas contradicciones. ¿A quién conocemos más, a un individuo forjado así o a alguien que se presenta a través de estereotipos? A primera vista es más fácil imaginar a un hijo y nieto de almirantes como McCain, que a un individuo complejo como Obama. Pero ese hombre multifacético es más representativo de la pluralidad de individuos que hay en Estados Unidos hoy día. Porque un individuo hecho y derecho es más universal que el representante de una estirpe, en un país en que cada persona siente que puede forjarse a su manera. Por otro lado, con su crisis financiera y con su autoridad moral destruida por Guantánamo y tantas otras cosas, en Estados Unidos había sed por un liderazgo nuevo. Al recurrir tanto a su experiencia como prisionero en Vietnam, McCain se colocaba no como líder, sino como víctima.

Obama suscita expectativas como las que despertó Kennedy en 1960. Representa lo que él le atribuye a Kennedy: «el triunfo del universalismo sobre la estrechez de miras». Como Kennedy, tiene un colosal talento retórico, ese que descubre de joven en Chicago. «Si sólo pudiera encontrar las palabras exactas», piensa entonces. «Con ellas, todo podría cambiar: Sudáfrica, las vidas de los chicos del ghetto, mi propio lugar tenue en el mundo». Hasta ahora ha ido encontrando esas palabras. Ahora le toca el desafío más grande de todos: satisfacer las expectativas que levantan.