El Mercurio, 5 de agosto de 2016
Opinión

Las razones de la crisis

David Gallagher.

La tan mentada crisis en que estamos se debe a varios factores. Algunos se han evocado tanto que ya parecen lugares comunes.

La tan mentada crisis en que estamos se debe a varios factores. Algunos se han evocado tanto que ya parecen lugares comunes. Ciudadanos empoderados con acceso continuo a la información, que comunican sus quejas en forma instantánea, por lo que hoy día gobernar involucra desafíos cada vez más complejos. Élites que han dado motivos para las quejas, con falencias que antes pasaban desapercibidas, pero que hoy día son intolerables. Una notoria falta de renovación en la clase política. Los enredos en que esta se metió para financiarse. Una televisión empeñada en destacar hechos negativos. La angustia de algunos al acceder por primera vez a la clase media.

Muchos de estos factores están presentes en otros países, y muchos son abordables con buenas políticas públicas. Pero hay un factor adicional. Es el que más ha contribuido a la crisis. Desgraciadamente, es de autoría del gobierno, si bien hay complicidad pasiva de la oposición. Lo resumió José Luis Daza cuando, en una frase memorable, sentenció que el gobierno le había pegado «con un palo al avispero del populismo».

¿Por qué lo hizo, cuando en Chile habíamos estado tan libres de ese mal? ¿Cuando los caminos populistas, además de dañinos, son tan difíciles de revertir? Por una variedad de razones. Algunas, el producto de buenas intenciones: buenas pero equivocadas. Otras, de intenciones más oscuras.

Las buenas creo que eran de la Presidenta. Impresionada con las marchas estudiantiles del 2011, y con la idea del PNUD de que en Chile había un profundo malestar, ella concluyó que para que el país fuera «gobernable», había que atender las demandas que se le habían ido ocurriendo a la Confech. Tal vez esta reacción se debió a que en Chile habíamos tenido menos marchas que en otras democracias, donde son pan de cada día, y donde los gobiernos saben que los que marchan no son tan representativos como parecen. Como aquellos que marcan tendencias en las redes sociales, son más bien grupos de interés, muchas veces contradictorios entre sí. Un buen gobernante sabe que cabe oírlos, y mediar entre ellos, pero sin nunca abandonar la ardua tarea de gobernar para todos los ciudadanos por igual.

Lejos de lograr que un país se vuelva «gobernable», complacer uno a uno a grupos organizados es empezar a deslizarse por el despeñadero de la ingobernabilidad definitiva, aquella que ha aquejado a un país como Argentina durante unos 70 años. Porque una vez que se cede a demandas callejeras, estas se multiplican. En la fiesta populista que se va dando, nadie quiere ser excluido. Un ejemplo elocuente: los que ahora protestan por las pensiones. Conocen la enormidad de recursos que se están gastando en adecuar la educación a ideologías improvisadas por los estudiantes y sus mentores. Saben -gracias a Rodrigo Valdés- que los recursos son todavía escasos, y que el gobierno es débil. Por tanto protestan para no quedarse afuera. Y, claro, en el Chile de hoy, les va bien: ya se habla de una «ley corta», y las pensiones se han convertido en un tema de «suma urgencia».

Dije que en el populismo actual había también motivaciones más oscuras. Son las de los ideólogos duros de la retroexcavadora. No les interesa la gobernabilidad, sino el derrumbe. Quieren destruir el «modelo neo-liberal». Dicen creer que con el derrumbe desaparecerá el descontento, y que desde los escombros nacerá un hombre nuevo que reconstruiría el país. Un nuevo país de buena onda, solidario, libre de individualismo.

¡Todo esto en un Chile donde cundía la sensatez! ¡Donde las políticas públicas estaban fundadas en la racionalidad! Con razón ha dicho el vocero del gobierno que tenemos un problema de gobernabilidad. Es que ahora sí lo tenemos.