Si bien en Chile se discute poco, hay una copiosa literatura sobre los beneficios y los peligros para un país de contar con abundantes recursos naturales. Los beneficios son obvios. Simplemente, se parte con inmensas ventajas. Hay países que las han cosechado con notable éxito. Países como Estados Unidos, Canadá o Australia, que han invertido los excedentes de sus magnos recursos naturales en el capital humano y la infraestructura que se necesitan para generar alternativas a ellos. O Noruega: como Chile, un país chico, cuya riqueza natural está, principalmente, en un solo producto.
¿Cuáles son los peligros de contar con recursos naturales abundantes? La literatura los enumera. Primero, la gente llega a pensar que la riqueza no es algo que crea el hombre, sino algo que nos regala la naturaleza, o Dios. Por ende, la sociedad deja de valorar el esfuerzo y deja de invertir en capital humano. La política se va enfocando en cómo hacerse de la riqueza, y en cómo repartirla, en un juego de suma cero, en que proliferan los populismos redistributivos y las luchas de clases. Después está el tema de la apreciación de la moneda, que hace que sea difícil producir cualquier otra cosa, aun en un país en que sí hay cultura de esfuerzo y ganas de crear riquezas alternativas. Finalmente, la gente, cada vez más intoxicada y enceguecida, empieza a creer que la riqueza natural de la que disfruta es inagotable e insustituible, y que la demanda mundial por ella es inelástica, olvidándose de los ciclos económicos adversos en que se desploman los precios hasta de los productos más estelares.
Hay ejemplos de países en que la riqueza natural parece haber sido una maldición, porque a pesar de ella, han fracasado. Países como Venezuela o Nigeria. Desde luego se podría objetar que estos países estarían aún peor sin su petróleo, su bauxita o su hierro, y que hay muchas otras explicaciones de su fracaso. Pero no hay duda de que en Venezuela la abundancia de recursos hizo que la gente creyera que la riqueza es algo que se consigue a través de la conquista del poder, y no del esfuerzo.
En Chile, ¿adónde estamos? ¿Más cerca de Venezuela o de Noruega? Felizmente creo que de Noruega, pero algo de venezolanos tenemos a veces. En los últimos años, nuestros políticos han estado más preocupados de la distribución de la riqueza que de su creación. Las cuentas alegres que hacen en la oposición y en Renovación Nacional con el salario mínimo, o en la UDI con el impuesto a los combustibles, son ejemplos recientes. Hay gente en la extrema izquierda -algunos están en la Confech- que de verdad cree que, para tener un país más justo, bastaría con expropiar a la minería privada. En general, en Chile nos acostumbramos con facilidad sorprendente a los altos precios del cobre. Nos olvidamos de que estaban bajos hace poco y que pueden bajar en cualquier momento.
Los países que tienen un recurso natural muy apetecido requieren líderes ilustrados, que estén siempre explicándole a la gente que pueden llegar años malos. En Chile nuestros gobiernos son peligrosamente desiguales y cambiantes en este aspecto. Por eso, es muy alentador que el Presidente Piñera haya empezado, desde su regreso del G-20, a adoptar una postura firme contra el populismo, y a advertirnos que la bonanza actual podría desembocar en tiempos más tempestuosos.
Es que la economía mundial se ha vuelto muy riesgosa. Hasta China tambalea: el último rumor es que la desaceleración allí puede ser mayor que la anunciada, porque las regiones, por temor, han ocultado cifras negativas. Es importante que el Gobierno mantenga su postura cautelosa. Si lo hace, una ciudadanía mejor informada podría empezar a castigar a los políticos populistas.