El Mercurio, lunes 2 de julio de 2007.
Opinión

Las vírgenes y nosotros

Lucas Sierra I..

¿La identidad como política de Estado? No, gracias.

¿Quiénes somos? La pregunta por la identidad parece ser tan antigua como la capacidad para formularla. Pero en la época moderna, nos dicen los teóricos sociales, la formulación de esta pregunta es más urgente, y más difícil su respuesta.

Esto, pues en la modernidad, como advirtió Marx, «todo lo sólido se desvanece en el aire». Así, nos dicen, para un ciudadano ateniense, un siervo medieval o un picunche del valle del Mapocho, la cuestión de la identidad habría sido menos problemática que para nosotros.

Para ellos habría sido casi un dato natural, casi como la salida del sol o el mar tras el cual éste se pone. Para nosotros, en cambio, la identidad tendría poco de natural y mucho de opción. Y la nece-sidad de optar, sabemos, produce ansiedad. Probablemente, la progresiva cercanía del Bicentenario dejará ver algo de esa ansiedad entre nosotros.

La semana pasada, uno de los columnistas más lúcidos de esta página sugirió preocuparse de la identidad, y alabó la decisión del gobierno laborista neozelandés de fijar el «fortalecimiento de la identidad nacional» como «objetivo estratégico». Hacer esto significa involucrar al Estado en la definición de la identidad nacional. No creo que sea una buena idea.

¿Qué es ser chileno? Distintas cosas, probablemente. Tantas y tan distintas, que no podrían caber en «objetivo estratégico» alguno. Intentar hacerlo, además, parece peligroso: la manipulación política de la identidad suele ir acompañada de fuerza y exclusión.

La tarea del Estado, aquí, es otra: facilitar la permanente manifestación de esas distintas cosas que podrían llegar a formar una identidad nacional. Pero, para esto, no necesita fijarla como objetivo estratégico. Necesita, más bien, asegurar la libertad de expresión.

De cara al Bicentenario, y ante la eventual ansiedad de la pregunta por quiénes somos, recomiendo lo que dijo Carlos Fuentes en Chile. Interrogado por la necesidad de proteger la identidad latinoamericana de la invasión cultural del hemisferio norte, contestó: «Pertenezco a una generación de escritores latinoamericanos que no habríamos escrito nada sin Faulkner, Hemingway, Dos Passos. ¿Cómo vamos a negar la enorme potencia… de la música de Gershwin, del buen cine de Hollywood, del teatro de O’Neill o Miller?».

Pero lo mejor fue como remató esta defensa de un mestizaje abierto y continuo, opuesto a la pretensión de circunscribir la identidad y al purismo sospechoso que semejante pretensión envuelve: «Las vírgenes, a los burdeles; nosotros, a la calle».