El Mercurio, 12 de mayo de 2017
Opinión

Lecciones del Reino Unido

David Gallagher.

El 1 de mayo se celebró el vigésimo aniversario del triunfo de los laboristas de Tony Blair en el Reino Unido.

El partido había acumulado nada menos que 18 años en la oposición, perdiendo cuatro elecciones seguidas: en 1979, 1983 y 1987 a manos de los conservadores de Margaret Thatcher, y en 1992 de los de John Major.

Las había perdido porque se había posicionado muy a la izquierda de lo que son los votantes británicos en su mayoría. En cambio, en 1997 ganó porque Blair, su líder desde 1994, había logrado que el partido al fin retornara al centro, alineándose con las moderadas -y exitosas- socialdemocracias de la época, como la del entonces presidente Clinton, o las que llevarían al poder a un Schröder en Alemania y a un Lagos en Chile.

Saludando ese triunfo de Blair en mi columna de entonces, destaqué la paradoja de que ocurriera un 1 de mayo. Después de todo, Blair había logrado que su partido abandonara la lucha de clases. Pero recordé que en la Gran Bretaña de la Edad Media, el 1 de mayo era el día de la fertilidad y de la primavera. En la madrugada de ese día, la gente clavaba en la plaza de su pueblo un palo de madera -un maypole – y lo decoraba con cintas y guirnaldas. De allí se ponía a bailar a su alrededor, unida en la alegría del festejo común.

El hecho es que Blair en su triunfo unía a los británicos, como el maypole a los aldeanos medievales. Porque donde el extremismo conflictivo divide a la gente, la moderación centrista la junta. Por eso mismo, el posicionamiento moderado y centrista de Blair le permitió ganar dos elecciones más, en 2001 y 2005. En 2007, tras 10 años como Primer Ministro, entregó el poder a su colega Gordon Brown. Menos popular que Blair, y más de izquierda, Brown perdió las elecciones en 2010. Las perdió frente a un partido conservador que también había sido llevado al centro por su líder David Cameron.

Al perder en 2010, los laboristas, como la Concertación después de su derrota el mismo año, giraron otra vez a la izquierda, como si se avergonzaran de su exitosa moderación pasada. En 2015, les fue mucho peor que en 2010, con un líder, Edward Miliband, bien a la izquierda de Blair o Brown. De allí eligieron como líder a Jeremy Corbyn, mucho más a la izquierda aún. Con toda probabilidad, su extremismo provocará una avalancha de votos conservadores en las elecciones del 8 de junio. Los laboristas en ese caso sufrirán una tercera derrota consecutiva, cada una mayor que la anterior.

Curiosamente, cuando perdieron ante Thatcher en 1979, los laboristas habían hecho lo mismo. Eligieron como líder a Michael Foot, un izquierdista extremo muy parecido a Corbyn, y los conservadores les ganaron en 1983, con uno de los triunfos más rotundos de la historia. Si siguen con el diagnóstico de que tras cada derrota hay que radicalizarse, los laboristas arriesgan estar en la oposición los 18 años que lo estuvieron desde 1979. Claro que todo país es distinto, pero la moraleja parece ser que cuando un partido abandona el centro y se radicaliza demasiado, pierde una cantidad catastrófica de votos.

Se me podría objetar que pasó todo lo contrario en el Chile de 2013-14. La Nueva Mayoría había abandonado el centro durante el gobierno de Piñera, y en vez de perder votos, arrasó. Pero eso se debió a un fenómeno inusual: la insólita popularidad de Bachelet. También a que la centroderecha estaba a la deriva.

Ahora es muy distinto. La Nueva Mayoría sigue alejada del centro, y ya es tarde para que se corrija con credibilidad. La centroderecha ya no está a la deriva, y su candidato, Sebastián Piñera, es moderado y centrista. Por eso, él debería ganar en noviembre. Ganar como Macron en Francia, con el voto de esa mayoría de ciudadanos cuyo sentido común les hace rechazar los extremos.