El Mercurio, 7/5/2010
Opinión

Levantando la mirada

David Gallagher.

Hace un par de semanas, recién llegado de un viaje, asistí a una charla de Cristóbal Lira sobre cómo se había organizado el Gobierno en torno a la emergencia. Lo que contó, con infinita modestia, me pareció impresionante. Los magnos operativos logísticos para restaurar bienes y servicios esenciales. La producción masiva de mediaguas. La cooperación público-privada para reparar viviendas dañadas. Toda una gama de hazañas en múltiples frentes en que se ha combinado un acucioso análisis inicial, con mucha creatividad y pragmatismo en la búsqueda de soluciones, y agilidad en su ejecución. Que me sorprendiera sobremanera todo esto lo atribuí a mi ausencia del país, hasta que vi que todo el mundo estaba sorprendido. Eso que era un público informado. Allí me di cuenta de una falla importante del Gobierno. No comunica bien lo que está haciendo, lo que produce una brecha entre sus realizaciones y su imagen. En el caso de la emergencia, eso es grave porque, con la llegada de las lluvias, los medios van a destacar sólo los casos, inevitables, en que la ayuda no llegó a tiempo.

No es cuestión de imitar al gobierno anterior, para que prime la imagen sobre la realidad, pero sí de vender bien las buenas cosas que se hacen. Lo hizo Lavín, cuando cumplió su meta. Lo tienen que hacer los otros ministros: no hay ninguno, que yo sepa, que no esté actuando con gran eficiencia, pero al país no siempre le consta.

Se trata, creo yo, no sólo de vender bien los logros puntuales, sino de permitirse, de vez en cuando, una pausa, una instancia de reflexión, para levantar la mirada y plantear un plan de conjunto, una visión del país que queremos, y una hoja de ruta que trace las tareas que hay que abordar. Una hoja de ruta larga, que nos lleve incluso más allá de 2014. ¡Ojalá el Gobierno tuviera una mirada de 10 años!

Yo creo que Sebastián Piñera la tenía durante la campaña, y confío en que la va a tener de nuevo. Pero, mientras tanto, el terremoto parece haber opacado su ambición. Ha dicho que no quiere ser el Presidente del terremoto, sino el de la reconstrucción. ¡Vaya! Es que da para mucho más. ¿Acaso quiere limitarse a dejar al país como estaba antes del terremoto? ¡Si fue elegido porque el país requería cambios profundos! Era un país que había abandonado su vocación por el crecimiento. Un país en que la productividad -cosa insólita- estaba bajando cada año. Un país que se acostumbraba a insostenibles aumentos en el gasto público. Un país en que la gente, a la que se le prometía una sociedad de garantías, como si ésta consistiera en abandonar sus responsabilidades, empezaba a albergar expectativas insostenibles, porque la economía perdía su capacidad para satisfacerlas. Un país cuyo avance hacia al desarrollo empezaba a parecerse al de la flecha de Zenón, que por mucho que el arquero estire la cuerda, no llega nunca al blanco.

El discurso del 21 de mayo va a ser una gran ocasión para delinear metas de largo plazo. Al tenerlas de una vez, le sería más fácil al Gobierno desplegar un relato inspirador, y ayudaría a evitar las contradicciones y los cambios de opinión que todavía abundan, como los que se han dado en torno a la depreciación acelerada y al futuro del diario La Nación. Una hoja de ruta más clara contribuiría a que el Presidente y sus ministros compartieran el mismo libreto.

Felizmente, los ingredientes que se necesitan para un gran gobierno están presentes. La capacidad del Presidente. La excelencia de los ministros. Sobre todo, la oportunidad que representa tener un Presidente con la visión para forjar en Chile una derecha pragmática, creativa, e inclusiva: una derecha de gusto universal.