Los empresarios en Estados Unidos tienen la buena costumbre de retribuirle a la sociedad por lo que ella les ha dado. «Give back» lo llaman: «devolver». Un ejemplo notable: el de Warren Buffett y Bill Gates, quienes han reclutado, hasta ahora, a casi cien billonarios dispuestos a donar al menos la mitad de lo que tienen.
Me acordé de esta noble práctica la semana pasada en Lima. Por iniciativa de Mario Vargas Llosa, la ciudad estaba convertida en la capital intelectual y literaria del mundo hispano, y se me ocurrió que era una forma que tenía él de retribuirle al Perú por los temas novelescos que el país le ha dado. Gracias a Vargas Llosa, había en Lima un encuentro sobre la libertad, que reunía a intelectuales, y a políticos como Sebastián Piñera, Felipe Calderón y María Corina Machado. Enseguida, en las universidades y los museos de la ciudad, se celebraba la I Bienal Mario Vargas Llosa, un encuentro literario con una treintena de los mejores escritores de la lengua, que cerraba con el otorgamiento del I Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Finalmente, en el Parque Salazar, diversas personalidades peruanas y extranjeras hacían una lectura, durante todo un día, de la obra de Vallejo. Con excepción de esa lectura, que fue organizada por su hija Morgana, Vargas Llosa era el arquitecto de todos estos eventos. No se me ocurre otro ejemplo de un artista empeñado en una misión retributiva tan estimulante.
Yo estaba en Lima porque era parte del jurado del Premio Bienal de Novela. Antes de llegar, habíamos seleccionado tres novelas finalistas: «En la orilla», del español Rafael Chirbes; «Reputaciones», del colombiano Juan Gabriel Vásquez, y «Prohibido entrar sin pantalones», del español Juan Bonilla. Tres novelas magníficas, entre las que teníamos que escoger un ganador. La de Chirbes, una devastadora expresión de la crisis española, de los estragos que dejan el desempleo y la bancarrota en un pueblo de la costa valenciana, un pueblo afeado por las codiciosas retroexcavadoras de las inmobiliarias, y bordeado por un pantano, que se convierte en una poderosa metáfora del empantanamiento económico y moral en que está hundida la gente. La de Vásquez, una novela muy inteligente, corta pero densa en contenido, sobre un caricaturista bogotano, que con sus agudos dibujos diarios, hace y deshace las reputaciones de hombres públicos, pero cuyas venalidades, sugeridas sutilmente por el narrador, van minando su propia reputación. La de Bonilla, una novela sobre el poeta ruso Vladimir Maiakovski, que le da un nuevo ímpetu a la novela biográfica, porque narra la historia del poeta en el tono alegre, vigoroso -con «ritmo de bala»- y estrafalario, en que él mismo escribía sus poesías, y porque revela hechos turbios sin imponerle al lector un juicio de valor; ni siquiera cuando Maiakovski y sus amigos colaboran con la Cheka, la policía secreta soviética, para denunciar a sus propios colegas.
No fue fácil escoger a los tres finalistas, o al ganador entre ellos, lo que habla bien de la convocatoria que ha tenido este nuevo premio. Generosamente financiado por el empresario Eduardo Hochschild, promete convertirse en uno de los más importantes de la lengua. Finalmente se lo dimos a Juan Bonilla, por una obra muy original, que le da un aire fresco a la ficción en español. Ficción que en Lima se mostró vigorosa, con la presencia allí -aparte de los finalistas- de muchos novelistas, invitados por las universidades peruanas. Entre ellos, Javier Cercas, Sergio Ramírez, Alonso Cueto, Arturo Fontaine, Edmundo Paz Soldán, Rosa Montero, Fernando Iwasaki y Jeremías Gamboa. Todos en Lima fruto del «give back» literario del autor de «El héroe discreto».