He regresado a Chile de un viaje a Europa, pero prefiero evitar la coyuntura por el momento. El país cambia tanto en estos tiempos de gobierno experimental, que lo prudente es esperar para mejor entender. Escapémonos, entonces, a Venecia, a su Bienal de Arte.
Este año ha sido montada por el curador nigeriano Okwui Enwezor, y él le ha dado como título «Todos los futuros del mundo». Enwezor es un pesimista empedernido, y los futuros que vislumbra son catastróficos, tanto que en su introducción al catálogo, compara la situación actual con las de los inicios de las dos guerras mundiales. Al hacerlo, evoca el «Angelus Novus», un ángel pintado por Paul Klee en 1920. Walter Benjamin famosamente lo vio como el «Ángel de la Historia», cuyos «ojos desencajados» expresaban su angustia ante una Historia que destruye todo, en «esa tempestad que llamamos progreso». Ese Ángel angustiado estaría sobrevolando el mundo actual.
Enwezor admite que la interpretación de Benjamin tal vez no refleje más que su propio estado de ánimo. Confiesa que «Benjamin vio en la pintura de Klee lo que en realidad no estaba pintado en ella». Tal vez quiera prepararnos para la brecha que podría abrirse entre los objetos, los videos, los audios, las pinturas y las esculturas que vamos a ver en la Bienal, y nuestras interpretaciones subjetivas de ellos. Para evitar que estas se desvíen demasiado de su propia visión pesimista, Enwezor nos enumera tragedias de nuestra época que estarían reflejadas en la Bienal: inmigrantes desesperados, pestes, violencia religiosa, hambrunas, guerras, y sobre todo, destrucción de esa naturaleza que, según él, la codicia convierte en «recursos naturales».
Pero Enwezor, con todos sus prejuicios, ha montado una muestra estimulante. Recorrerla es una aventura en que a la vuelta de cada esquina hay sorpresas notables. Como la sala que se llama «Arena», del arquitecto David Adjaye, en que actores leen casi todo el día el Capital. La idea es que la lectura se prolongue hasta el cierre de la Bienal el 22 de noviembre. Los actores leen sin expresión, como si apenas entendieran la prosa de Marx, lo que no es sorprendente dada su profusión germánica de cláusulas subordinadas. La escena vacila entre la solemnidad religiosa -como si recitaran mantras- y la farsa.
Uno se va topando también con videos conmovedores, como «Mar de vértigo», de John Akomfrah, en que en tres pantallas gigantes, seguimos la plácida vida de unas majestuosas ballenas hasta verlas morir arponeadas. Pero no todo es videos o instalaciones. De repente hay un espacio con pinturas, y uno las agradece. Como cuando nos topamos con una serie de cuadros de George Baselitz, de hombres pintados al revés. Parecen ángeles cayéndose de cabeza al abismo.
Los contrapuntos entre pinturas más tradicionales como estas y las instalaciones conceptuales están muy bien realizados por Enwezor. Y los asiduos que en el feroz calor logren llegar al lejano rincón chileno se toparán con un contrapunto llamado «Poéticas de la disidencia»: las feroces fotos de chilenos marginales de Paz Errázuriz dialogan con ruidosos videos de Lotty Rosenfeld proyectados en las paredes y en el piso.
Venecia como ciudad viva está perdiendo habitantes: le quedan poco más de 50 mil. Lo que sobrevive es una ciudad-museo, en que el esplendor de lo antiguo es enriquecido por lo contemporáneo de la Bienal. Como en San Giorgio Maggiore, la iglesia de Palladio, que ha sido intervenida por Jaume Plensa. Ha instalado en la nave una enorme cabeza de ángel, hecha de malla, que desde algunos ángulos, según la luz, se vuelve casi invisible. Un ángel redentor, pienso, que con su presencia espectral compensa el gradual éxodo de los venecianos humanos.