Los actos más viles son cometidos por gente que se convence de que está haciendo el bien o evitando un mal menor.
¿Es posible ser honrado en un mundo corrupto? ¿Quién escoge serlo y por qué? ¿Qué cuentos se cuentan los que no lo son? Éstas son algunas de las preguntas que se hace el novelista peruano Alonso Cueto en su última novela, «Grandes miradas».
La novela se centra en un hecho real: el asesinato de un juez en las postrimerías del gobierno de Fujimori. El juez, que en la novela se llama Guido Pazos, es asesinado por orden de Montesinos, justamente porque es honrado y porque no dicta sus sentencias a gusto del SIN – el Servicio de Inteligencia- . La novela, de allí, traza los intentos de Gabriela, la novia de Guido, de vengarse. Ella procura seducir a Montesinos, para matarlo. Un indicio de la habilidad de Cueto es que nos mantiene en suspenso, a pesar de que sabemos que Montesinos no fue asesinado.
La imagen de Fujimori es menos vil que la de algunos dictadores, porque disimuló su dictadura con elecciones. Pero el SIN superó a la DINA en torturas y desapariciones, y a esos recursos Montesinos agregó el del chantaje, hurgando en las pasiones secretas de la gente para inducirla a cooperar. Pero, a pesar de su vehemente arremetida contra Fujimori y el «doctor» Montesinos, Cueto evita el maniqueísmo. Demuestra que, en una sociedad corrupta, la línea entre el bueno y el malo es delgada. En la novela, sólo Guido Pazos es enteramente bueno, un «maniático del bien». Él le dice a Gabriela que, en su caso, ser bueno no es un mérito sino «una cosa hormonal,» y uno de los enigmas que explora Cueto es qué hace que una persona sea buena y otra mala en un momento determinado. ¿Genética? ¿Circunstancias? En todo caso, los otros personajes no son ni enteramente buenos ni irrestrictamente malos. En casi todos aflora la bondad cuando uno menos la espera. Hasta Beto, uno de los asesinos de Guido, capaz de la más abominable crueldad, termina salvando a Gabriela. Por cierto, en la novela nadie se cree malo. Los actos más viles son cometidos por gente que se convence de que está haciendo el bien o está evitando un mal menor. Cueto nos describe una racionalización tras otra, invitándonos a reflexionar sobre la confusión moral a la que nos acarrea todo poder, y el caos moral al que nos acarrea el poder absoluto..
Los dos personajes más logrados son la misma Gabriela, y Javier, un lector de noticias de un canal fujimorista. Gabriela es una mujer de una complejidad dostoievskiana. De repente le da un beso en la boca a un mendigo tullido que ve en la calle. Entrega su cuerpo, y recurre al asesinato, para vengar la muerte de un hombre que ella quiere por lo puro que es, sin ser ella ni remotamente capaz de ser pura. Javier, por su parte, no quiere perder su trabajo y arriesgar el bienestar de su familia, su gentil familia burguesa con que vive apresado en un «sistema cerrado de sonrisas y bromas y cortesías y elogios al gobierno». Por tanto, se dedica a racionalizar su cobardía cada vez que se topa con una atrocidad del régimen y decide callarla. Sin embargo, Javier también tiene su momento de heroísmo. Con Gaby se parecen. «Cuando te vi el otro día en la televisión, tan compuesto, tan hipócrita», le dice ella, «¿sabes lo que pensé? Que tú y yo somos lo peor, la misma basura, Javi.».
«Grandes miradas» nos invita a preguntarnos qué tipo de sociedad es la que obliga a dos personas normales a convertirse en «una misma basura». Eso que ellos, por lo menos, son lúcidos. Sus amigos prefieren seguir negando las atrocidades. Como Marita, la mujer de Javier. Cuando él le cuenta que el gobierno mató a Guido, ella le dice: «Ay, pero no puedo creer que tú también pienses esas cosas, oye».