Entre las magníficas anécdotas que contaba Gabriel Valdés, había una sobre una visita de Eduardo Frei Montalva a Francia. Decía Valdés que después de un día de mucha pompa, De Gaulle tomó a Frei a un lado para decirle que no se acostumbrara demasiado a los viajes: los presidentes lo pasaban tan bien en el exterior, le advirtió, que arriesgaban terminar odiando a su propio país. Valdés agregaba que había compartido esta anécdota con algunos de nuestros presidentes más recientes, cuando estaban por viajar, y que a ninguno le había hecho mucha gracia.
Me acordé de la anécdota al reflexionar sobre la inmensa cumbre que está por celebrarse en Santiago. ¿Por qué se han multiplicado tanto las cumbres en el mundo? ¿Por qué tanto viaje de jefes de gobierno, cuando se ha vuelto tanto más fácil comunicarse sin viajar? Tal vez sea que los ciudadanos están más díscolos, y que el alivio de abandonarlos por unos días se haya convertido en una necesidad más recurrente. Es posible que a muchos jefes de gobierno les dé un respiro estar algunos días en nuestra lejana capital, y que no pocos vuelvan a su propio país con algo de desgano. Pero con todo es mejor que se junten a que peleen.
Para Chile es muy bienvenida esta cumbre. Es positivo que nos conozcan tantos visitantes ilustres. Entre ellos, las estrellas van a ser Angela Merkel y Raúl Castro. Merkel por su capacidad, en esa gran democracia que es Alemania, de combinar liderazgo con popularidad, y porque de ella depende en alguna medida el futuro de nada menos que Europa; Castro porque preside uno de los poquísimos países totalitarios que quedan. Merkel y Castro están en las antípodas de la filosofía política, tanto más por haber Alemania sufrido bajo Hitler uno de los peores totalitarismos de la historia, y por haber sido Merkel criada nada menos que en la dictadura comunista de Alemania Oriental, donde hubo que levantar un muro para retener a la gente.
Ella representa a una Democracia Cristiana para la cual es inconcebible un pacto con un partido comunista. Por eso mismo, le van a interesar las negociaciones que se están dando justo ahora entre la Concertación y el PC: su partido, a través de sus fundaciones, es un importante financista de la DC chilena.
Por cierto la reticencia a criticar a Cuba no es privativa del PC. Todos nos acordamos de la Presidenta Bachelet corriendo ansiosa cuando Fidel Castro la citó intempestivamente a una reunión: fue una rara ocasión en que su encanto no surtió efecto, porque el día después, Fidel sacó una despectiva columna que exigía que Chile le entregara mar a Bolivia. Por otro lado el presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, dijo de la prohibición cubana a que Rosa María Payá viajara a Chile: «mire, que entre o salga me da lo mismo». Recordemos que el padre de Rosa María era un disidente que murió hace poco en un extrañísimo accidente de auto.
Es increíble que partidos chilenos que fueron víctimas de esa barbarie que fue el exilio no sean capaces de entender el drama que es para un pueblo estar, al revés, encerrado en un país. Es cierto que en Cuba ya no hay que sacar permiso de salida para viajar, pero en una isla en que está prohibido salir en bote, aun si es a pescar, viajar significa comprar un costoso pasaje aéreo. No es como Alemania Oriental, donde al caer el muro, la gente salía a pie.
La izquierda chilena nunca ha atropellado los derechos humanos como lo hizo el gobierno de Pinochet. Sin embargo su complacencia ante atropellos en países que parecen serle emotivamente afines sugiere por lo menos una reprobable relativización de los principios fundamentales involucrados. Viene al caso hacerles una pregunta a amigos de izquierda. ¿A quién admira más, a Castro o a Merkel?