Lo que ha hecho Vizioli es actualizar la ópera para un público de hoy,para que éste la vea con los ojos con que fue vista cuando se estrenó.
Cada año, un público masivo concurre a los festivales de ópera del verano boreal. Festivales como los de Salzburgo, Santa Fe, Aix o Bayreuth. ¿Qué los mantiene tan vivos? El hecho de que siempre innovan, creo yo: dando óperas nuevas, u óperas olvidadas, o, más interesante aún, óperas populares que son revitalizadas con una régie novedosa. Son reinterpretaciones que a veces ofenden a los tradicionalistas, como lo vimos en Chile recién, con los desnudos de Stefano Vizioli en «Rigoletto». Sin embargo la régie de Vizioli es un buen ejemplo de cómo se puede enriquecer una ópera.
La última vez que vi «Rigoletto» fue en Nueva York, en el Metropolitan. La régie era de Otto Schenk. Prefiero mil veces la de Vizioli. «Rigoletto» es una ópera muy compleja, cosa que una versión clásica como la de Schenk a veces no permite percibir. Es una ópera melódica, pero trata de temas brutales. Reúne algunas de las arias más amenas de Verdi, pero las pone en boca del infame Duque, o de Gilda cuando está pensando en él, o de ambos juntos. La música parece querer llevarnos entonces a creer que el romance del Duque con Gilda es benigno, que el rapto de Gilda fue un error que el Duque nunca habría autorizado, por libertino que sea; que Rigoletto es irracional en querer esconder a su hija, o en querer matar al Duque. En una versión convencional como la de Schenk, es ésa la impresión con que uno se queda, porque un Schenk no capta la compleja tensión que hay entre las melodías y la aberrante maldad de los personajes.
Que los protagonistas son todos infames, con la sola excepción de Gilda, era evidente cuando la ópera se estrenó. Para el público de entonces no había duda que, a pesar de sus melodías dulces, «Rigoletto» era una obra cruel. Desde entonces ha cambiado la noción de qué es chocante, y lo que ha hecho Vizioli es actualizar la ópera para un público de hoy, para que éste la vea con los ojos con que fue vista cuando se estrenó, cuando los críticos se quejaban de que la obra era «de una insólita brutalidad», incluso «una mugre». Vizioli muestra, en lenguaje visual de hoy, que el Duque no es un simple coqueto, sino un degenerado, que abusa de su poder para arruinar la vida de jóvenes inocentes. Si no, ¿cómo se entiende que Rigoletto quiera encerrar a Gilda? El mismo Verdi hizo esa pregunta cuando le contaron que un censor había pedido que se suavizara la conducta del Duque. La compleja genialidad de Verdi está en darle a un hombre cruel y depravado algunas de las arias más seductoras que jamás compuso. Es lo que había hecho Mozart con Don Giovanni. Después de todo los demonios son temibles justamente porque son simpáticos y seductores.
En la dura versión de Vizioli, sí entendemos por qué Rigoletto encierra a Gilda. Entendemos también el dilema de Rigoletto, o Triboulet, su nombre en «El Rey se entretiene», la obra de Victor Hugo en que «Rigoletto» está basado. Según Hugo, «Triboulet tiene dos alumnos -el Rey y su hija-; el Rey a quien le enseña el vicio, y su hija, a quien le enseña la virtud. Uno destruye al otro». Vizioli nos hace entender finalmente cuán abismal es la línea que cruza un hombre cuando se tienta con uno de esos asesinos que andan por las calles de noche ofreciendo solucionar algún problema. En «Rigoletto» ese asesino tentador se llama Sparafucile. Pero es un monstruo que ronda por cualquier ciudad, dispuesto a tentar a cualquiera que se deje tentar, en cualquier época. En el corto plazo tal vez solucione algo. Pero después reaparece. Renace como fantasma, para destruir la mal habida paz de quienes lo contrataron.