El Mercurio, 10 de enero de 2014
Opinión

Los malos muchachos de la plata

David Gallagher.

El 19 de octubre de 1987, hubo un dramático desplome en los mercados accionarios mundiales. Fue lo que se llamó el Lunes Negro, en que el índice Dow cayó 22.61 por ciento. Abundaron las teorías sobre el porqué. Entre ellas, una excéntrica, de un inversionista inglés, que sostenía que la culpa la tenía la cocaína. Según él, los mercados se habían vuelto irracionales, e incapaces de ver más allá del presente, porque los traders de Wall Street eran cada vez más adictos a esa sustancia.

Su teoría me vino a la mente esta semana al ver “El lobo de Wall Street”, la película en que Martin Scorsese traza la vertiginosa —y muy drogada— carrera financiera de Jordan Belfort. Desempleado a raíz del Lunes Negro, él crea su propia corredora, Stratton Oakmont, con la intención de especializarla en la venta de acciones de empresas desconocidas, con la técnica de “pump and dump”, o “bombear y botar”. Antes de venderlas, los muchachos de Belfort bombean el precio con un relato exageradamente mentiroso, siguiendo el precepto de Goebbels de que si uno “cuenta una mentira suficientemente grande y la repite una y otra vez, la gente terminará creyéndola”. La cita de Goebbels no está en la película, pero se me ocurre porque el Belfort de Scorsese, genialmente representado por Leonardo DiCaprio, irrumpe en descaradas arengas en que les insta a sus vendedores a mentir, y ellos lo aclaman como si estuvieran en una manifestación fascista. Y todos, claro, trabajan aleonados por las drogas.

Jordan Belfort existe. Nació en 1962, creó Stratton Oakmont en los años noventa, y en 1998 cayó preso por fraude. Estuvo 22 meses recluido, y de allí se dedicó a escribir sus memorias, y a dar conferencias “motivacionales”. Según su sitio web, en que alude con orgullo a la película de Scorsese, él nos puede enseñar a “convencer a cualquier persona de cualquier cosa”, pero —¡ahora sí!—“dentro de un marco ético”.

¿El caso de Belfort nos dice algo válido sobre Wall Street y el mundo de las finanzas? Sí y no. Stratton Oakmont no estuvo nunca en Wall Street, sino en Long Island, y fue fundada con evidentes fines fraudulentos. Por otro lado la película está narrada en un estilo barroco-expresionista, de fuerte exageración caricaturesca: no creo que en una corredora real haya bacanalias como las mostradas por Scorsese, con coitos de postura creativa consumados hasta en la mesa de dinero. Pero la película sí funciona como una metáfora de nuestros tiempos, y nos hace reflexionar. Al mostrar a los corredores como seres animalescos, Scorsese nos recuerda el animalismo que hay en los mercados financieros, que hace que no sean siempre racionales. Por algo los animales abundan en el vocabulario con que se analizan. Keynes se refería a los “espíritus animales” que hay que despertar para que haya ganas de invertir; y se habla de los “instintos de manada” que hacen que los mercados exageren los ciclos, tanto los positivos, llamados en inglés de “toro”, como los negativos, llamados de “oso”. Y si bien los corredores reales no mienten como los de Belfort, sí propenden, me imagino, a dorar la píldora a veces. En cuanto a esa locura en que entra Belfort de comprar y comprar yates, drogas, autos, mujeres y mansiones, ¿qué más se puede esperar en un mundo con cada vez menos cultura, en que se entiende cada vez menos el valor de la más duradera riqueza interior?

Algunos críticos han objetado la escasez de censura moral en esta película. Belfort incluso a veces parece ser un buen tipo, y paga poco por sus desmanes. Por otro lado, si bien las drogas le causan estragos, el placer que le dan parece superarlos. Es que Scorsese muestra las cosas como son. Si el mal fuera siempre castigado, nadie lo cometería.