El Mercurio, 27 de abril de 2018
Opinión

Los peligros de la ópera

David Gallagher.

En esta ópera (Don Giovanni), las víctimas son tres mujeres que cantan en el escenario. Pero al verla, no puedo no acordarme también de aquellas novelas en que las víctimas son más bien mujeres que están en la audiencia.

En «Don Giovanni», la ópera que se presenta en Santiago en estos días, la alegre música de Mozart adquiere tonos oscuros, y poco a poco las notas se van asomando al abismo. Todo por el desenfreno seductor de Don Giovanni, y por las tribulaciones de sus víctimas; y al final, por el devastador castigo que a él le espera, cuando caerá envuelto en las llamas del infierno.

En esta ópera, las víctimas son tres mujeres que cantan en el escenario. Pero al verla, no puedo no acordarme también de aquellas novelas en que las víctimas (no sé si la palabra es la correcta) son más bien mujeres que están en la audiencia; bellezas que se creían incólumes en su palco, pero que, movidas por las emociones despertadas por la música o el argumento, se dejan llevar por algún Don Juan local que también está en la audiencia.

Pienso en la Emma Bovary de Flaubert, por ejemplo. Su marido Charles la ha llevado a ver «Lucía de Lammermoor», en Rouen. Grave error. La ópera le genera una tremenda excitación. Siente que nadie la ha querido como se quieren los amantes en el escenario. Se imagina en los brazos de Lagardy, el eximio tenor que hace de Edgardo y que le canta su amor a Lucía. Cuando llega el intermedio, está ya muy vulnerable, y es justo allí que aparece en su palco Léon Dupuis, el joven con quien había tenido un intenso coqueteo en el pasado. Con singular imprudencia, Charles la deja sola en Rouen, y pronto los veremos a ella y Léon circulando sin rumbo por la ciudad, en un coche cerrado. La imposible pasión adúltera que florece allí desembocará en el suicidio de Emma.

«Madame Bovary» (1857) salió doce años antes que «Guerra y paz» y veinte antes que «Ana Karenina». No hay duda que influyó en estas dos novelas de Tolstoi. Pero Tolstoi la supera las dos veces, creo yo, por lo menos en lo que son sus escenas de ópera.

En «Guerra y paz», quien se expone al peligro de ir a la ópera es Natasha Rostova, la mujer más encantadora jamás concebida por un novelista. Natasha está en un mal momento. Es la novia del príncipe Andrei, pero él ha tenido que dejarla sola para volver al frente de guerra. Además, el padre de Andrei, un viejo insoportable, los ha obligado a esperar todo un largo año para casarse. Para colmo, esa mañana, Natasha ha visitado a su futuro suegro, y tanto él como su hija María la han tratado pésimo. Así que Natasha llega a la ópera con sentimientos de soledad y de despecho.

Ella parece que nunca ha estado en una ópera antes, y el narrador, usando la famosa técnica de des-familiarización de Tolstoi, describe la ópera como si fuera un fenómeno rarísimo. Nos dice que en el escenario hay unos cartones que se supone son árboles, y gente de ropa extraña que de repente abre la boca para irrumpir en un canto, gesticulando exageradamente a la vez. Ante toda esta extrañeza, Natasha entra en un estado de excitación nerviosa en que se le ocurren locuras, como la de saltar ella misma al escenario a cantar, o hacerle cosquillas a una muy escotada belleza que está sentada en el palco de al lado.

Esa belleza resulta ser Hélène, una mujer fatalmente seductora, pintada por el narrador con una divertida mezcla de odio y de deseo. Es la hermana de Anatole, el Don Juan de Rusia en ese momento, un hombre frívolo y depravado, quien a la vez es tan atractivo que las mujeres no lo pueden resistir. Natasha lo ve y cae. Una caída terrible para el lector, por lo querible que es ella. Felizmente, después logran interrumpir el intento de Anatole de raptarla, y de a poco ella se recupera y redime.

En el caso de Ana Karenina, la ida a la ópera es más trágica. No es que ella caiga allí en los brazos de nadie. Ya es adúltera, ya ha caído, y el peligro es que la humillen allí. Es lo que ocurre, y eso contribuye a que termine dejándose arrollar por un tren.