El Mercurio
Opinión

Los primeros 100 días

Lucas Sierra I..

Más y menos prudencia, en los días que vienen.

Se cumplieron los primeros 100 días del Gobierno. Comprensiblemente, los balances son dispares. El cumplimiento de las 36 medidas, esa especie de mantra oficial, ha sido parte de la evaluación. También la conducta del Gobierno frente a otros sucesos, más o menos previsibles. Entre éstos, la protesta de los estudiantes secundarios, que, en un sentido importante, puso fin al hechizo. Con su agudeza habitual, «The Economist» graficó el asunto: «Niños y luna de miel no se mezclan».

Incluso para un Gobierno de cuatro años, los primeros 100 días son un tiempo corto para formarse un juicio muy acabado. Y esto es más difícil en el caso de una administración que, como ésta, se inició en medio de grandes expectativas, de intensas sensaciones de novedad y con un precio inusualmente alto del cobre.

Este precio es una insidiosa arma de doble filo, pues, por una parte, llena las arcas, pero, por la otra, alienta demandas sectoriales y arriesga la maldición del rey Midas, esto es, la de una riqueza que puede traer más mal que bien. En general, el Gobierno ha sido aquí prudente, conjurando por ahora la maldición. ¿Cuánto más durará esta prudencia? Difícil saberlo. Lo que sí está claro es que, tanto o más que de su capacidad técnica, ella dependerá de su competencia política.

Donde la prudencia no parece ser tan evidente, incluso en estos breves 100 días, es en el diseño institucional, en ese sutil y delicado entramado de relaciones entre los poderes públicos. Hay varios ejemplos: la petición a la Corte Suprema para que silenciara a Fujimori, el precipitado respaldo a una discutible moción en beneficio de cuatro presos en Temuco, y el proyecto de reforma constitucional sobre el derecho a la educación.

Si bien, al final, este proyecto quedó desteñido, sigue siendo innecesario, pues la Constitución ya asegura el derecho a una educación de calidad; e imprudente, pues pone en manos de los jueces algo para lo cual no están capacitados ni tienen legitimidad democrática. Hay un parecido entre este proyecto y la carta que el ex Presidente Aylwin mandó a la Corte Suprema sobre la amnistía: la política tratando de sacar las castañas con manos judiciales.

En estos 100 días, en fin, también ha habido una prudencia excesiva, que, como todo exceso, no es virtuosa. La complicidad del Gobierno en la negativa a discutir siquiera cuestiones que, como la eutanasia o el aborto, ponen a prueba el temple moral de una sociedad, no se condice con la promesa de un gobierno consciente de la madurez de los ciudadanos.