Al comprender su dependencia e impactos en la biodiversidad, las empresas no solo reducirán sus riesgos y mejorarán su cadena de suministros naturales, sino que, además, se ganarán el derecho a operar y liderar en su sector, poniendo final dilema entre desarrollo y conservación.
A medida que la crisis climática y de biodiversidad se hace presente con fuerza en nuestro país, es relevante preguntarnos qué rol cumplimos cada uno de los miembros de la sociedad en su solución.
Naturalmente, tendemos a asignar esta responsabilidad al Estado, a las ONGs o a adoptar nosotros mismos hábitos de consumo responsable. Pero ¿qué papel deben cumplirlas empresas y el sector productivo, más allá del marketing verdeo la filantropía? ¿Es posible que las empresas se conviertan en agentes de cambio real, o debemos continuar con el viejo conflicto entre intereses económicos y conservación ambiental? En el último tiempo, han aparecido brotes verdes incipientes y se está comenzando a instaurar una nueva visión estratégica basada en la dependencia y los impactos de los negocios con la naturaleza.
Históricamente, las empresas han dependido de la naturaleza, ya sea directamente a través de los bienes que esta nos provee, como es el caso de la agricultura y la pesca, o indirectamente a través de servicios ecosistémicos que, silenciosamente, regulan el flujo y purifican el agua para el sector sanitario y eléctrico, por ejemplo.
El adecuado funcionamiento de estos servicios es materialmente relevante para las actividades productivas y actualmente están bajo fuerte amenaza por las consecuencias del cambio climático y el deterioro de la biodiversidad. En este sentido, es estratégico analizar y entender en profundidad las dependencias que existen, así como los riesgos y oportunidades asociados. A través de este análisis estratégico, las empresas pueden comenzar a relacionarse de otra forma con la naturaleza, cuidando la biodiversidad asociada a su negocio y territorio
Por otro lado, en muchos casos la actividad productiva, a pesar de cumplir con las normativas, ha generado impactos negativos, como la contaminación del agua y del aire, así como la sobre explotación de recursos. Estos factores han afectado la salud de los ecosistemas y la calidad de vida de la población. Actualmente, estos impactos pueden considerarse pasivos para las empresas, generando costos reputacionales y ambientales, además de costos de mitigación, y representando con ello una fuente de riesgos.
En este contexto, resulta estratégico que las empresas adopten compromisos para reducir impactos más allá de lo que las normativas exigen, innovando en sus procesos, con una visión sistémica y de largo plazo. Esto no solo mejor sus indicadores de sustentabilidad, sino que también facilitará el acceso a mejores fuentes de financiamiento y a una relación más positiva con los territorios en los que operan.
Al comprender su dependencia e impactos en la biodiversidad, las empresas no solo reducirán sus riesgos y mejorarán su cadena de suministros naturales, sino que, además, se ganarán el derecho a operar y liderar en su sector, poniendo final dilema entre desarrollo y conservación. Pero eso no es todo; lo más importante es que también generarán un fuerte impacto positivo en la biodiversidad y en la extensión de las áreas bajo cuidado y protección de la naturaleza.