Si queremos que la movilidad social siga siendo una realidad debemos mirar más allá del esfuerzo individual y hacernos cargo de las condiciones que lo hacen posible.
Entre los diversos temas abordados por la última Encuesta CEP destaca un conjunto de preguntas sobre movilidad social: cómo evalúan los chilenos su situación actual en comparación con la de sus padres, y qué esperan para sus hijos. Los resultados son elocuentes: la mayoría percibe una trayectoria ascendente, son optimistas respecto del futuro de sus hijos y mantiene una fuerte creencia en el mérito personal como motor del progreso individual.
Más de la mitad de los encuestados considera que ha mejorado respecto a sus padres en dimensiones clave del bienestar. El 57% cree estar mejor en su situación laboral, el 56% en ingresos, el 55% en acceso a la cultura, el 54% en vivienda, el 53% en salud y el 51% en vida familiar. Esta percepción sugiere que, al menos subjetivamente, se consolida una vivencia de progreso intergeneracional.
Además, es revelador que, en comparación con los resultados de hace más de una década, ha disminuido de forma sostenida el porcentaje de personas que cree estar peor que sus padres, especialmente en empleo, ingresos y vida familiar.
El futuro de las próximas generaciones se proyecta también con optimismo. Siete de cada diez personas cree que sus hijos tendrán una vida mejor que la suya en todos los ámbitos evaluados: ingresos, trabajo, salud, estatus social y vida familiar. Esta expectativa refleja una mirada esperanzada sobre los resultados que alcanzarán las futuras generaciones en nuestro país.
El sondeo también muestra cuán arraigado está el valor del esfuerzo individual. Cuando se indaga por las dos principales razones del éxito económico en Chile, aparece en primer lugar el nivel educacional, con un 45% de las preferencias, seguido por el trabajo responsable, con un 40%. Muy por debajo quedan aspectos heredados o no vinculados al mérito, como los “pitutos”, (24%) y la situación económica de los padres (17%). Pocas personas atribuyen el éxito individual al apoyo estatal o a las políticas gubernamentales (4%).
Pero la confianza en el mérito tiene un reverso. No sólo individualiza el éxito; también responsabiliza a quienes se quedan atrás. Consultados por las razones que causan la pobreza, los encuestados se inclinan por la falta de educación (48%) seguido por la flojera y la falta de iniciativa (39%). Este es un aspecto problemático de la meritocracia, pues también individualiza el fracaso, poniendo todo el peso de las expectativas defraudadas en las personas, pasando por alto las desigualdades estructurales que afectan las trayectorias de vida.
Una interrogante abierta es qué imaginan los encuestados cuando mencionan la “falta de educación” como explicación de la pobreza. ¿Aluden a una decisión personal o a un sistema educacional que, en Chile, está estratificado en su calidad al compás de la clase social? Probablemente haya algo de ambas cosas. Con todo, especialmente en un año electoral, es clave reconocer que el mérito no opera en un vacío. Si queremos que la movilidad social siga siendo una realidad debemos mirar más allá del esfuerzo individual y hacernos cargo de las condiciones que lo hacen posible.