El Mercurio, 5/12/2008
Opinión

Mercados y crisis

David Gallagher.

El mercado premia nuestros aciertos y castiga -no sin crueldad- nuestros errores individuales. En las crisis castiga también nuestros errores colectivos, los que se acumularon porque había fallas en el sistema, fallas que permitieron que nos equivocáramos en manada.

Las crisis son muy duras, pero tienen una virtud: nos llevan a la humildad. Nos recuerdan que somos meros seres humanos, que no somos capaces de adivinar el futuro, que el conocimiento al que accedemos es limitado, y que por mucho que premeditemos nuestras decisiones, están sujetas a la prueba y al error. Además, las crisis fomentan la humildad en liberales como yo, porque nos obligan a oír incontables opiniones contrarias al mercado y al capitalismo. Algunos nos acusan de querer que las utilidades sean privadas y que las pérdidas sean públicas. Otros proclaman con alegría que, con los rescates de los bancos internacionales por parte del Estado, estaríamos asistiendo a la vindicación de Raúl Prebisch, el economista argentino que, tras la Gran Depresión, abogó por el Estado empresario y la protección.

No podemos descartar que algunos países sigan las políticas de Prebisch ahora. Los que lo hagan se quedarán atrás, como fue el caso de toda América Latina en su momento. Lo que ocurre hoy en los centros financieros es muy distinto: es el desempeño por parte del Estado de su rol subsidiario, de corregir graves fallas en el sistema, para que después salga fortalecido. Como en Chile en 1983, cuando se intervinieron los bancos. En ese momento muchos ironizaban que el gobierno de Pinochet había intervenido la economía más que el de Allende. Pero la intervención fue siempre concebida como pasajera: no era sino la vía hacia la restauración de una economía de mercado más sólida. Nunca hubo cuestión de volver al estatismo, si bien era lo que muchos en Chile querían, incluso dentro del Gobierno. ¿Cómo sería hoy el país si éstos hubieran prevalecido?

En cuanto al eslogan sobre ganancias privadas y pérdidas públicas, no tiene asidero. El feroz crecimiento de los mercados de crédito en los últimos años ha beneficiado a cientos de millones de consumidores. En cambio, los accionistas de los bancos intervenidos o rescatados han perdido todo, o casi todo, como ocurrió en Chile en 1983. Es cierto que muchos ejecutivos de bancos se han ido a la casa con bonos muy altos. El mercado no es capaz de repartir los premios y los castigos con equidad perfecta.

¿Qué sistema humano lo es? No el socialista, donde en vez de que mande la ciudadanía a través del mercado, mandan los pocos que capturan el Estado. Éstos no tienen la capacidad que tiene el mercado de, tarde o temprano, corregir excesos. Después de tantos años de ser la gran potencia que iba a alcanzar a Estados Unidos, la ex Unión Soviética es hoy una zona de «economías emergentes». ¿Por qué? Porque las cifras grandiosas que anunciaban los soviéticos de antaño eran irreales. Sus inversiones no estaban sometidas a la prueba del mercado. Por eso Rusia tuvo que comenzar casi de nuevo.

Felizmente, el Gobierno, a diferencia de tantos en la Concertación, entiende el mercado, como lo demostraron la Presidenta y el ministro de Hacienda en la Enade. Tanto lo entiende, que siempre supo que el alto precio del cobre era pasajero. Por eso ahorró afuera, a contrapelo de lo que le predicaban muchos expertos prestigiosos, pero voluntaristas. Lo que sí nos pena es la inflexibilidad laboral. Qué envidia el Primer Ministro de Singapur, cuando dijo en la Enade que en su país, los sueldos de los funcionarios públicos suben o bajan según la tasa de crecimiento.