El Mercurio, 30 de septiembre de 2018
Opinión

Nicanor Parra: Un poeta de nuestro conocimiento

Sebastián Edwards.

Este es un libro magnífico, un libro imprescindible. Un libro dulce y cómico a la vez. Un libro largo y corto. Un libro extenso y breve, profundo y liviano. Un libro que va y vuelve, como Nicanor Parra.

Uno de los cuadros más famosos de Roberto Matta se titula «Un poeta de nuestro conocimiento». En él aparece un personaje cejijunto, con una expresión tanto felina. El individuo, pintado de rojo, con brochazos desordenados, está parado frente a un fondo amarillo-anaranjado, y mantiene una postura relajada. Sus ojos son pequeños y esboza una sonrisa, o quizás es una mueca. El brazo izquierdo cae lánguido, mientras que el derecho está flexionado. Tiene en su mano un candado con la cerradura claramente visible. Desde la primera vez que lo vi, pensé que el poeta en cuestión era Nicanor Parra. Era así como me imaginaba al antipoeta. Juguetón, misterioso, ágil como un gato, con una personalidad entre roja y amarilla (¿la influencia de su controvertido té con la Primera Dama de los EE.UU. Pat Nixon?). Pero el personaje no es Parra; dicen que Matta tenía en mente a André Breton, el líder del movimiento surrealista, quien eventualmente se casaría con la chilena Elisa Bindhoff.

Yo no sé si algún artista de fama y renombre habrá pintado un retrato de Parra. Lo que sí sé es que el libro sobre el poeta, recién lanzado por Rafael Gumucio, es fascinante. El volumen se titula «Nicanor Parra, rey y mendigo» y fue publicado por Ediciones UDP en su prestigiosa colección Vidas Ajenas. Con casi 500 páginas, este es un libro largo, pero ello no le quita mérito. Al contrario, es su extensión lo que le permite a Gumucio hacer un truco digno de un mago de carnaval. Sacar dos libros de la galera, entrelazarlos y entretejerlos, y ofrecernos uno de los mejores textos de no ficción publicados en mucho tiempo. El primero de estos libros es una biografía de Parra, desde su infancia en Chillán; su paso por el INBA y el Pedagógico, sus estudios en Oxford y Brown; sus amores y decepciones; sus libros y sus rivalidades. Un personaje principal en este cuento es Violeta Parra, la hermana cantante y trágica. El segundo libro, que se entreteje en forma magistral con el primero, son las memorias del propio Gumucio. Su vida como hijo del exilio, su retorno a un Chile que solo conocía de oídas, sus amores y desamores, y la vida de sus amigos, una banda de intelectuales que, siendo muchísimo menores, terminaron fraguando una amistad profunda con Parra. Lo visitaban en su casa de Las Cruces, conversaban por horas, y comían cazuela y arrollado en restaurantes populares del litoral central.

Así, desfilan por estas páginas personajes de dos generaciones. Desde luego, Pablo Neruda, quien trataba a Parra con displicencia: lo llama Parrita, a lo que Nicanor no supo cómo responder, excepto referirse al autor de «El Canto General», a sus espaldas, como Pablito. También circulan Gonzalo Rojas (rival), sus hermanos y hermanas, hijos e hijas, Enrique Lihn y Alejando Jorodowsky. También entran y salen del relato Raúl Zurita y los jóvenes Patricio Fernández, Adán Méndez, Matías Rivas (el último editor de Parra), Rodrigo Rojas y Alejandro Zambra. Todos estos jóvenes secuaces, con la sola excepción de Morgana Rodríguez, son varones. Fuera de la familia, no hay mujeres en sus círculos literarios íntimos.

Mi primer encuentro con la obra de Parra fue en el colegio, en 1969, el año en que ganó el Premio Nacional de Literatura. Osvaldo Gutiérrez, nuestro profesor de Castellano -como entonces se llamaba la asignatura- nos dio a leer unos poemas. No recuerdo cuáles, pero sí que me produjeron una gran impresión. Decidí buscar otros, y en una librería de viejos en la calle San Diego compré una primera edición de «Versos de Salón». Leí el libro en la micro, de regreso a mi casa, completamente transfigurado.

Recuerdo que el poema que más me impresionó fue «Mujeres». Ese día lo debo haber leído 20 veces, siempre sonrojándome, a mis 16 años, al llegar a las líneas que dicen: «La que solo se deja poseer/ En el diván, al borde del abismo,/ La que odia los órganos sexuales,/ La que solo se une con un perro,/ La mujer que se hace la dormida/ (El marido la alumbra con un fósforo),/ La mujer que se entrega porque sí,/ Porque la soledad, porque el olvido…» Una semana más tarde ya había conseguido «Poemas y antipoemas» y «Canciones rusas». Con un grupo de amigos hacíamos competencias de quién se aprendía más poemas de memoria. Yo elegí el del «angelorum», y uno que habla de aromos en flor y de un amor pretérito.

Nicanor Parra fue Chile. Durante sus más de cien años de vida, sus obsesiones, sus relaciones y aspiraciones reflejaron las del país. También sus inseguridades y miedos -porque sí, Parra también tenía temores. Incluso su mirada política, con sus críticas al gobierno de Allende y su posterior rechazo profundo a la dictadura, tuvo un paralelo con la de los ciudadanos de la angosta y larga franja de tierra. Su mirada irónica, su desafío al poder, sus frases a veces punzantes y otras envolventes, sus casas repletas de recovecos, su elegancia desmelenada, iban de la mano con lo que era Chile. Esta relación de espejo se hace cada vez más evidente a medida que uno avanza por las páginas de este libro.

Poco a poco, Gumucio va desmenuzando el proceso creativo de Parra. Como T.S. Eliot, nuestro antipoeta no tiene problemas en apropiarse de las ideas y frases de otros. Se apropia de los rayados en las calles, de las anotaciones en las micros y en las pizarras de restaurantes de mala muerte. Todo vale. Busca el ritmo y cuenta sílabas: endecasílabos y alejandrinos, pero ignora, cuando le conviene, las sinalefas. El resultado lo conocemos y nos deslumbra. Sí, Parra es Chile, pero él también es nuestro. Después de 103 años, nos pertenece. ¡Lo queremos tanto! Aunque nos cuesta reconocerlo, lo queremos más que a Neruda, más que a Gabriela.

Este es un libro magnífico, un libro imprescindible. Un libro dulce y cómico a la vez. Un libro largo y corto. Un libro extenso y breve, profundo y liviano. Un libro que va y vuelve, como Nicanor Parra.