La presencia en Chile de Felipe González me ha provocado nostalgia. Porque cuando asumió la Presidencia del Gobierno en España en 1982, él inauguró una era brillante de la izquierda en el mundo, una que hoy parece tristemente lejana.
La presencia en Chile de Felipe González me ha provocado nostalgia. Porque cuando asumió la Presidencia del Gobierno en España en 1982, él inauguró una era brillante de la izquierda en el mundo, una que hoy parece tristemente lejana. Implantó sin complejos una combinación virtuosa de responsabilidad fiscal, economía de mercado y reformas sociales, que redundó en altas tasas de crecimiento y un inaudito incremento del bienestar de los españoles. Tal fue su éxito, que González ganó tres elecciones más. Cuando se fue en 1996, la España pobre, atrasada y aislada de 1982 se había convertido en un país pujante y moderno, miembro de la Unión Europea.
La nostalgia que despierta González ahora se debe a que la izquierda que él representó, y que a veces era más liberal que la derecha, está de baja.
¿Por qué González optó tan decididamente por una economía social de mercado en 1982, siendo él socialista? ¿Es que no se atrevió a cambiar lo obrado en la dictadura de Franco? ¿Le pusieron «cerrojos»?
Nada que ver. La dictadura de Franco nunca propició una verdadera economía de mercado: al contrario, practicó el corporativismo. González más bien cambió el modelo franquista. Sin duda lo influenció el tropezón que se había dado Mitterrand en Francia. Aliado al PC, Mitterrand había llegado al poder en 1981 con 110 medidas de izquierda dura. Como consecuencia se produjo una catastrófica crisis económica, y en marzo de 1983, Mitterrand tuvo que recurrir a su famoso «tournant de la rigueur», o vuelco a la austeridad. González no quiso repetir esa penosa curva de aprendizaje, y rápidamente despejó cualquier duda que podría haber ocasionado en los inversionistas el hecho de que lideraba el primer gobierno socialista desde la Guerra Civil.
González tuvo mucha influencia en otros países. Sin él, es difícil imaginarse a esos exitosos reformistas de izquierda liberal que fueron Roger Douglas en Nueva Zelanda, Paul Keating en Australia, Tony Blair en el Reino Unido, y Gerhard Schröder en Alemania. O a los protagonistas de la Concertación en Chile. González los convenció de que si querían hacer reformas sociales, necesitaban que Chile siguiera creciendo, y que para eso convenía fortalecer la economía de mercado. Como bien lo sabemos, es lo que hizo Alejandro Foxley, creo que por convicción, y no porque había «cerrojos».
La nostalgia que despierta González ahora se debe a que la izquierda que él representó, y que a veces era más liberal que la derecha, está de baja. Ha habido en muchas partes un retroceso a una izquierda estatista o populista. En el PSOE español, la de Pedro Sánchez, para qué hablar del Podemos de Pablo Iglesias. En el Partido Laborista británico, la de Jeremy Corbyn, un socialista sesentero que quisiera volver a la época de las masivas estatizaciones. Y en Chile, claro, la de los ideólogos de la Nueva Mayoría.
¿A qué se debe este retroceso? En parte a las angustias que generan la globalización, las masivas migraciones, y los cambios tecnológicos. También, a la crisis de 2008, que hizo creer a muchos que habían fallado tanto el mercado como las élites que lo sustentaban. El diagnóstico, entendible pero errado, no es privativo de la izquierda. Lo comparte la derecha populista: la de Trump, la de Brexit, y las de una Marine Le Pen o una Frauke Petry.
Por eso mismo es posible que muchos países caigan en dañinos populismos de izquierda o derecha en los próximos años. Les irá mal. Otros no caerán, ciñéndose a políticas racionales. A ellos les irá bien. Esperemos que Chile sea uno de ellos. En eso, dio esperanza ver a González departiendo con Sebastián Piñera esta semana. Porque así como se parecen los destructivos populismos de las derechas y las izquierdas extremas, tienen mucho en común la socialdemocracia liberal de un González con el liberalismo democrático y social de un Piñera.