Cuando lo demás falla, los países, a través de sus votantes, ocasionan una sana alternancia en el poder. Eso ocurrirá en Chile, si el Gobierno no actúa ahora con convicción y pasión.
El gobierno de Michelle Bachelet está por cumplir su noveno mes. ¿Cómo se ve hasta ahora? Menos mal de lo que algunos piensan.
Se critica su «falta de autoridad». Pero esa crítica habla más que nada de la cultura autoritaria que todavía hay en Chile. A Bachelet, en vez golpear la mesa, le gusta aunar mentes. Por eso nombra comisiones. A diferencia de las de antaño, son comisiones cuyas conclusiones son, en gran parte, acogidas por el Gobierno. La apuesta parece ser que en torno a temas difíciles, como la previsión o la probidad, las personas inteligentes se ponen de acuerdo y generan buenas ideas para el país, cuando salen del ámbito partidista y actúan como individuos. La apuesta ha rendido frutos. Algunas comisiones -las de tamaño razonable- han producido buenas ideas. Con todo, el Gobierno ha mostrado apreciables logros para los nueve meses en que está. La Ley de Responsabilidad Fiscal, el presupuesto, «Chile Compite», la racionalidad que se ha instalado en el MOP, los anuncios de Andrés Velasco en la Enade, y las 30 medidas en pro de la probidad, son ejemplos de real avance.
Sin embargo, hay en el país un legítimo desconcierto por la fal-ta de autoridad, para no decir caos, que se ve en algunos ámbitos y que nos provoca cada vez más inseguridad en cuanto a dónde vamos como país. No es atribuible a la Presidenta, porque se gestó hace tiempo. Se debe a fallas en la estructura del Estado y en la composición de los partidos, que en algunos casos han sido capturados por cúpulas inamovibles. Algunas de estas fallas serían disminuidas si se implementaran rápido y con tesón las 30 medidas en pro de la probidad. Otras apenas han sido abordadas.
Un ejemplo. Hay incertidumbre entre los inversionistas porque perciben un alarmante brote de inseguridad jurídica. Ésta es una importante causa del bajo crecimiento. Viene de hace uno o dos años y tiene que ver con lo difícil que se ha vuelto conseguir permisos y afiatar derechos en la elaboración de un proyecto. En la prensa se discuten los problemas de proyectos gigantescos, como Pascua Lama o Los Pelambres. Los de este último son todo un lamentable hito, ya que el tranque de relaves es crucial para mantener la producción actual de la mina, para qué hablar de su expansión, y está mitad construido ya, con todos sus permisos conseguidos hace tiempo. Pero también se debería hablar de esos motores de desarrollo que son los proyectos medianos y pequeños, que no tienen los recursos para pagar los expertos que se necesitan para transitar por el vía crucis de la burocracia. Todos queremos un Chile razonablemente verde, y los empresarios están dispuestos a asumir el costo. El asunto es que haya procedimientos claros, ejecutados por servidores públicos profesionales. Que haya autoridad responsable.
La corrosiva corrupción en algunos programas de Gobierno es otro síntoma de un Estado que no está enteramente bajo el control de nadie. Los países se defienden de este tipo de corrupción de distintas maneras. Enseñando valores de honestidad. Premiando la honestidad y castigando el robo. Reduciendo las instan-cias de corrupción, quitándoles poder discrecional a los funcionarios. Creando una alta administración pública libre de presiones políticas. Haciendo que las dependencias del Estado estén sujetas a la más absoluta transparencia, y a auditorías independientes. Prohibiendo abusos en el financiamiento de la política. Todo eso. Pero cuando lo demás falla, los países, a través de sus votantes, ocasionan una sana alternancia en el poder. Eso ocurrirá en Chile, si el Gobierno no actúa ahora con convicción y pasión.