El Mercurio, miércoles 4 de enero de 2006.
Opinión

Para aliviar la caída del dólar: Sence Internacional

Salvador Valdés Prieto.

Sería irresponsable ignorar aquel escenario donde el precio del cobre permanece sobre 140 centavos la libra durante los próximos 3 o 4 años. La porción del mayor gasto que recae sobre bienes no transables internacionalmente hace subir los costos internos en relación con el precio del dólar. ¿Por qué esto es una «enfermedad» (holandesa)? Porque el mayor gasto se sustenta en un aumento de precio reversible, y no en mayor productividad permanente. Un precio del cobre alto que dure 3 o 5 años impide aplicar nuevos productos y procesos en todo el sector transable, perdiéndose esa oportunidad para elevar la productividad. Cuando el incremento de riqueza es captado por el Estado, y éste lo ahorra en 100%, la enfermedad holandesa se amortigua, pero no desaparece, como creen algunos. Subsiste cuando esa mayor riqueza fiscal eleva la seguridad, induciendo a los privados a liberar ahorro por precaución y a gastar más. También subsiste si parte de la mayor riqueza financiera fiscal es percibida por los privados como propia, por ejemplo porque las amenazas de aumentar la carga tributaria se alejan hacia el futuro. También si los privados pronostican que el sistema político se gastará los recursos dentro de pocos años. Si bien esto es válido sólo para aquellos con acceso al crédito, en Chile ellos controlan el grueso del gasto privado. Que la enfermedad subsiste aunque el 100% del ahorro se invierta en el extranjero ha sido comprobado por Noruega, exportador de petróleo cuyo fisco ahorra los excedentes en un fondo invertido 100% en el exterior: el alza del precio del crudo desde inicios de 2004 gatilló una apreciación real de la moneda local.

¿Qué cura tiene la enfermedad holandesa? Programas que suban la productividad del trabajo, para bajar los costos internos en relación con el precio del dólar, pero de forma ajustada a la coyuntura. Para lograr eso, propongo acordar que el superávit estructural pueda invertirse en un Fondo de Capital Humano (FCH), y no sólo en reservas financieras. Los únicos usos permitidos para el FCH serían programas que cumplan 3 requisitos: (a) flexibilidad, definida como que el gasto pueda ser reducido a cero en menos de un semestre, apenas caiga el precio del cobre; (b) focalizar el beneficio en personas con escaso acceso al crédito, para que ellos no eleven su gasto de inmediato en respuesta al mayor ingreso que les traerá la mayor productividad; y (c) que la razón entre los gastos directos en bienes y servicios transables y el costo fiscal sea superior a 100%.

Un «Sence Internacional» cumple estos 3 requisitos. Financiaría la capacitación de trabajadores chilenos en el extranjero, en formatos e idiomas no disponibles en Chile a una calidad comparable. Sólo financiaría capacitación prestada en puestos de aprendiz por empleadores extranjeros que den entrenamiento «on the job», y la prestada por educadores, ambos acreditados por un tiempo sustancial ante organismos extranjeros similares al Sence. El empleador chileno buscaría a las empresas o educadores extranjeros, y asumiría la parte no subsidiada del costo. El compromiso del beneficiario a laborar con el empleador chileno tendría garantía de reembolso en caso de renuncia temprana, respaldada a su vez por una garantía fiscal recuperable vía SII. Para asegurar equidad en la distribución de estas nuevas oportunidades, los beneficiarios tendrían un salario inferior a 60 UF mensuales. El Sence actual intermedia fondos para un millón de personas cada año. Como el curso promedio dura sólo 40 horas, gasta 160 millones de dólares al año. Con una gestión profesional se podría construir capacidad para enviar 80 mil personas a capacitarse al extranjero al año. Si el costo fiscal medio fuera 6 mil dólares, el total sería 500 millones de dólares cuando el precio del cobre esté alto.

Nuestro país debería construir instituciones de este tipo, que no sólo rescaten el crecimiento de largo plazo de las infinitas falencias de la educación formal, sino que ayuden también a sanar la enfermedad holandesa.

«Propongo acordar que el superávit estructural pueda invertirse en un Fondo de Capital Humano (FCH), y no sólo en reservas financieras».