El Mercurio, 23 de enero de 2015
Opinión

Para superar el ingreso medio

David Gallagher.

Con razón se habla de la trampa del ingreso medio. Es casi imposible superarla. Porque cuando un país llega a esa etapa, las prioridades cambian, y los esfuerzos por crecer aflojan. La gente ya tiene satisfechas sus necesidades básicas, sin entender mucho con qué políticas públicas lo logró, y en vez de esa abstracción que es el crecimiento, quiere más bienestar. Por otro lado las penurias de antaño se olvidan; y los bienes materiales adquiridos no atraen tanto como cuando eran inaccesibles, sobre todo si se compraron con deuda. Para muchos jóvenes, estos bienes llegan incluso a parecer superfluos, y les brota una nostalgia romántica por un pasado anterior al consumo, uno de vida simple, donde todos éramos solidarios y no era necesario competir.

Frente a eso ¡qué difícil defender el capitalismo! Con la desigualdad que parece acarrear. Con sus crisis, como la de 2008-9, que todavía tiene a más de un tercio de los españoles jóvenes sin trabajo. Con la caótica volatilidad de sus precios clave, como recién el del petróleo. Con empresarios coludidos o fraudulentos, con afán de adueñarse de la política. No solo en Chile. En el Reino Unido, hubo bancos que se coludieron hasta para manipular la tasa LIBOR; y en Estados Unidos, Obama no logra subir el magro impuesto que pagan algunos mega ricos, por su influencia como financistas de los republicanos.

¿Cómo se defiende el capitalismo en esas circunstancias? ¿Con un dictamen como el de Churchill sobre la democracia, cuando dijo que era «el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás»? ¿Con el argumento de que el ser humano propende a ser flojo y abusador, y que por tanto es vital darle los incentivos que ofrece la propiedad privada, y a la vez obligarlo a competir, bajo el imperio de la ley? Difícil que no suene más atractivo aquel socialismo que apuesta al amor fraternal, a una sociedad motivada por incentivos morales, donde la ley es apenas necesaria.

Claro que ese socialismo ideal nunca ha existido, y es falaz contrastarlo con el capitalismo real. El verdadero socialismo con que habría que compararse es el de Cuba o el de Venezuela. Pero siempre habrá quienes objeten que esos países solo equivocaron el buen camino.

Tal vez haya una importante lección allí. Los seres humanos seremos egoístas pero también nacemos con un profundo sentido de la justicia, e insistimos en querer vivir en una sociedad justa y moral. Por eso no basta cuando la derecha promete nada más que buena gestión, y el capitalismo nada más que crecimiento. Es imperativo demostrar la moralidad inherente al mismo capitalismo de mercado; y cuando esta se queda corta, legislar para que aflore.

Habría que comenzar explicando mejor los fundamentos morales de la competencia y de la propiedad privada. Pero con eso no basta. Cabe, también, que los empresarios asuman el profundo sentido de responsabilidad social que les corresponde tener, la gratitud que les debería nacer, las ganas de retribuirle a la sociedad que ella les debería despertar. Lo que en Estados Unidos llaman «give back». Es lo que en ese país inspira a filántropos como Bill Gates y Warren Buffet, quienes han montado un «club» de -hasta ahora- 128 billonarios, todos dispuestos a donar como mínimo la mitad de su patrimonio. Por algo es tan poco cuestionado el capitalismo en Estados Unidos, a pesar de sus ocasionales desmanes.

Es imposible pasar a ser un país de ingresos altos sin un robusto capitalismo de mercado. Para eso los políticos tienen que mantener firme el timón cuando hay crisis o cuando cambian las modas. Pero es igual de imprescindible que los empresarios sean nobles y generosos; que se conviertan en ejemplos inspiradores para la sociedad.