El Mercurio, lunes 15 de noviembre de 2004.
Opinión

Partidos y carisma

Lucas Sierra I..

¿Cuánto debe apostarse al carisma en política?

«Aléjate de los partidos». Probablemente, muchos le están aconsejando esto a Joaquín Lavín luego de las últimas elecciones. Los partidos de la Alianza no lograron empatar a la Concertación y, como se habían hecho tan elevadas expectativas, experimentaron una frustración más profunda. Esta frustración puede estar buscando un chivo expiatorio, y para esto bien pueden servir los partidos. Como si tuvieran una fuerza negativa, los partidos parecerían perjudicar electoralmente a Lavín, pues neutralizarían su toque mágico, opacarían su carisma.

Puede haber algo de cierto en todo esto. El momento de máxima gloria de Lavín, cuando compitió voto a voto la presidencia a Lagos, fue su momento de máxima distancia de los partidos de la Alianza. Tal vez la expresión más elocuente de esa distancia fue la forma en que esquivó el problema político que embargaba a los partidos en ese momento: la detención de Pinochet en Londres. Para Lavín, sin embargo, este hecho no parecía un problema; al menos no su problema.

Tras ese vertiginoso ascenso electoral fundado en el carisma, Lavín ha debido mezclarse de una forma más intensa y ostensible con los partidos. Al principio, el carisma siguió funcionando. Hubo elecciones municipales y parlamentarias en las que la omnipresencia de Lavín junto al respectivo candidato auguraba buenos resultados. Pero el tiempo pasó, y esto ya no fue así en las últimas elecciones. El tráfico con los partidos que Lavín ha debido asumir, se dice, le ha contagiado los problemas de éstos y la imagen que proyectan al electorado. Tomar distancia, por tanto, parecería un buen consejo.

Este consejo refleja una característica de la derecha: sus candidaturas competitivas son personales, y no institucionales; un producto del carisma, y no de la maquinaria partidista; son «independientes» y se promocionan casi a pesar de los partidos que las apoyan. Jorge Alessandri fue un nítido ejemplo. También Lavín, aun cuando, a diferencia de Alessandri, él milita en uno.

Hay algo problemático en esta característica de la derecha. Si da frutos electorales, pronto se estrella con dos hechos: no es posible gobernar lejos de los partidos, y gobernar con ellos parece más fácil cuando con ellos se ha llegado al poder. Asimismo, la obsesión por la «independencia» de las candidaturas no ayuda a la conformación de partidos políticos profesionales, con mecanismos para generar nuevos liderazgos y principios más o menos definidos.

La apuesta por el carisma, en consecuencia, es muy riesgosa, tanto desde un punto de vista estratégico como de uno institucional. Estratégico, porque las condiciones que hacen brillar el carisma en un momento no tienen por qué estar presentes en otro: es difícil mantenerlo en el tiempo. Institucional, porque debilita a los partidos, dificulta el surgimiento de nuevos líderes y, lo más grave, expone la política al populismo: «carisma» tiene una raíz griega que significa «agradar, hacer favores».

Todo político debe ser carismático. Pero es un error apostar la política al carisma.