El Mercurio, lunes 12 de febrero de 2007.
Opinión

Pausas

Lucas Sierra I..

Bajamos hacia el mar por un sendero cada vez más angosto y escarpado. La mañana estaba nublada, como han estado estos días. La playa a la que íbamos se veía inmensamente sola. Excepto por un solitario pescador que, de repente, vimos sobre unas rocas.

Ya estábamos en la playa cuando el pescador empezó a correr hacia nosotros, manipulando con destreza un nylon cada vez más tenso. “¿Picó algo?”, fue la pregunta inevitable al pasar frente a nosotros. “Una corvina”, contestó corriendo reconcentrado, la vista clavada en el extremo invisible de la lienza.

Paró en la mitad de la playa. Pero no se puso a recoger con fuerza, como yo esperaba que lo hiciera. Sólo sostuvo el nylon. Y esperó. Hasta que vino una ola grande y recogió. Después, esperó la siguiente ola. Y así sucesivamente. El nylon seguía muy tenso. Cada pausa del pescador aumentaba la expectación: la escena entera pendía de un hilo, todo podía desvanecerse en menos de un momento. “Si pego el tirón, se corta”, se vio en la obligación de explicar ante nuestros ojos ansiosos.

Y de repente, al irse la última ola, apareció. Primero, una larga aleta vertical que ya no se movía más que espasmódicamente. Después, tendida, una silueta magnífica de animal submarino, de máquina nadadora. Estaba exhausta, abatida por la acción conjunta del mar y del pescador. Éste dio unos pasos y la levantó con un discreto orgullo. Suspendida en el aire, la corvina resplandeció. Como si una luna hubiera salido del mar.

Un pescado grande, robusto, metálico. Tenía algo armado, casi artillado. “Salen los días nublados, como éste”, comentó el pescador mientras sacaba un anzuelo todavía firmemente atravesado en la boca tubular. Luego la tendió con respeto en la arena. La corvina quedó asentada con una solemnidad de naufragio. Los niños se sentaron alrededor, presos de una mezcla de miedo y maravilla.

Una pesca notable. Tanto por la presa magnífica, como por la forma de pescarla. El desplazamiento desde las rocas hasta la playa permitió al pescador transformar al mar en su aliado. Pero este aliado impone sus tiempos. El pescador lo sabía: recogió con las olas y aguantó con la resaca. Supo administrar bien las pausas de la captura. Estas pausas no sólo permiten capturar una presa, sino que, además, rendirla. Imagino que el dominio de estas pausas hace el oficio de depredador. Como el pescador de ese día nublado, quien no capturó simplemente la corvina en el mar. Logró, más bien, que éste se la entregara.