El Mercurio, lunes 25 de octubre de 2004.
Opinión

Pecado original

Lucas Sierra I..

¿Pueden borrarlo las reformas constitucionales?

Si se materializa el acuerdo alcanzado en el Senado, una vez más la Constitución de 1980 será reformada. Parece que les va a llegar su turno a normas especialmente simbólicas del texto legado por el antiguo régimen, como los senadores designados y vitalicios, y la insubordinación militar al poder civil.

Poco a poco, la Constitución de 1980 se ha venido reformando. Ya lejos quedó el tiempo en que, con el poder total y la soberbia que lo acompaña, se decía que ella no se reformaba, sino sólo se «perfeccionaba». Las primeras reformas fueron en 1989, cuando, herido por el triunfo del No, el régimen accedió a varias modificaciones que moderaron en parte el autoritarismo y la rigidez cadavérica del texto original.

Ya en democracia, siguieron sucesivas reformas: a los gobiernos locales y regionales, a la administración de justicia y a una serie de otras materias puntuales. El paquete de reformas acordadas recientemente, junto con otras que ya estaban aprobadas en el Congreso, más otras que pueden venir -como la disminución del período presidencial- continuarán esta larga metamorfosis constitucional. ¿Han lavado estos sucesivos bautizos el pecado original de la Constitución de 1980?

Ella es un buen ejemplo de lo cercanos que, en el extremo, pueden llegar a estar los hechos y el derecho, la fuerza bruta y la validez normativa. La redacción de su texto comenzó pocas semanas después del golpe, en octubre de 1973. La Junta designó a un grupo de abogados para preparar una nueva Constitución. Este grupo trabajó entre 1973 y 1978, los años más duros de la represión política.

La lectura de sus actas revela algo contradictorio, casi esquizofrénico, tan fascinante como lúgubre. Mientras los comisionados debatían puertas adentro las bases de la nueva institucionalidad, proclamando la santidad de la vida humana, el valor de la libertad y la importancia de controlar el poder del soberano, algunos invocando a Dios y a su derecho natural para reafirmarlo, puertas afuera la Dina barría las calles y las casas, a las sombras del toque de queda y a pleno día detenía, torturaba en Londres 38, en la «Venda Sexy», Villa Grimaldi y en muchos otros recintos secretos, y luego, en un acto supremo de poder absoluto, elegía a los que serían ejecutados y sus restos desaparecidos.

Esta contradicción está, como pecado original, en el nacimiento de la Constitución de 1980. Esto es lo que siempre ha venido echando sombra sobre su legitimidad. Los teóricos suelen distinguir entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. La Constitución, se dice, carecería de la primera, pero no de la segunda. Las sucesivas reformas y su vigencia durante la democracia habrían exorcizado ese pecaminoso origen.

Yo no estoy seguro. A pesar de todas las reformas, algo sigue siendo porfiadamente incómodo en la Constitución de 1980, al punto de que no habría bautismo capaz de limpiarla completamente. Esto no es muy bueno, porque siempre habrá algún proyecto de reforma tratando de borrar parcialmente un pecado que parece imborrable.